El acoso, el maltrato y las manadas de seres humanos de ambos sexos han llegado al Nobel de Literatura, pero no como ingredientes de una obra literaria, sino por un escándalo de sexo y poder descubierto en la Real Academia Sueca que lo concede, y que ha suspendido el premio de 2018.
Cancelación ordenada tras la denuncia de 18 mujeres de haber sufrido a lo largo de veinte años el acoso del marido de una académica, sabiéndolo y ocultándolo ella, pero también otros altos funcionarios suecos de ambos sexos, presuntos autores de actos similares.
Conductas parecidas alrededor del dinero y el sexo, como en la “incorrupta” Suecia, se dan en todo el mundo, también entre sus mayores inquisidores.
El fiscal neoyorkino Eric Schneiderman, que encabezó en movimiento #MeToo contra la compañía de Harvey Weinstein, el depredador sexual de Hollywood, dimitió este lunes acusado de maltratar a cuatro mujeres.
En España, las lideresas de las mujeres que protestan contra la supuesta agresividad sexual y social de los hombres presentan como sinónimos masculinidad y machismo.
Simplificación que inculca rechazo al hombre con la idea de que las mujeres deben considerarse acosadas por el heteropatriarcado si les cede el paso en una puerta o siguen esa máxima de los salvamentos: “niños y mujeres primero”, un mandato para la preservación de la especie desde que éramos cromañones.
Claro que hay manadas de machos enfermos de testosterona a los que la ley debe perseguir con severidad, como la condenada en Pamplona.
Pero también hay muchas hembras en solitario y en manadas que acosan a hombres y a otras mujeres para conseguir gratificaciones laborales, sexuales o ambas: es tiempo de denunciar a hombres, pero también a esas mujeres, y no de callar como la Academia sueca.
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SALAS