Paseando por mi pueblo he caído en la cuenta de que prácticamente todos los promotores inmobiliarios que han pasado por aquí han dejado calles, plazas y avenidas a nombre de sus padres, de sus hijos, de sus esposas...
Parece mentira que sean esos nombres los que acaben configurando los callejeros de nuestros pueblos y los que vayan a forjar nuestra memoria urbana y la de nuestros hijos.
En mi pueblo ha habido, de siempre, una Plaza de la Fuente porque en ella está la fuente; una Calle de la Vega porque por ella se sale del pueblo y se va hacia la vega; una Calle del Cristo que sube desde la plaza hasta la hoy desaparecida ermita del Cristo; una Calle Ancha porque era la más ancha; una Calle de la Botica porque... Así de simple y de sencillo era mi pueblo.
Después se pusieron nombres a algunas calles nuevas: A una el de un cura que estuvo muchísimos años y a quien la gente recordaba con cariño; a otra el de un médico muy querido que pasó aquí casi toda la vida; a otra el de un secretario por lo mismo... Hay un parque a nombre de un vecino (tío abuelo mío), y así algún otro lugar del pueblo. Me parece muy bien: Los nombres de vecinos queridos y respetados, de personas a las que el pueblo quiere recordar para siempre; gente insignificante para el mundo pero muy importante para sus vecinos, y de la que éstos quieren guardar memoria.
Sin embargo, en estos últimos años un promotor nos ha dejado una avenida a nombre de su madre, otra a nombre de su padre, un parque a nombre de su mujer y yo qué se qué más. Otro nos ha dejado una avenida a nombre de su empresa (que a su vez contiene las iniciales de sus hijos) y una plaza a su propio nombre. Otro más nos ha dejado una plaza a nombre de su padre. Otro una calle a nombre de su esposa. Etcétera.
¿Quiénes son estos personajes que pueblan nuestros callejeros? Pues gente que no pisaron jamás el pueblo, que no lo conocen de nada y a quienes nadie del pueblo conoce. Y cuyos nombres quedan grabados sin fundamento, sin necesidad, sin reconocimiento y sin justicia.
Es un ejemplo más del disparate que se ha adueñado de nuestras vidas.
En una época de enorme crecimiento, los administrativos del ayuntamiento se las veían y se las deseaban para buscar nombres de flores para nombrar las calles de una urbanización, de pájaros para otra, de escritores para otra, de minerales para otra, de islas para otra más, etcétera.
Es una consecuencia, tal vez tonta e insignificante, de este urbanismo de PAUs, de zonificación brutal y expeditiva, de creación de tejido urbano de la nada que hemos padecido: De este "Hurbanismo".
En los proyectos de urbanización las calles se llamaban A, B, C, D..., y cuando se terminaban y la gente empezaba a vivir en las casas resultantes el ayuntamiento tenía que poner deprisa y corriendo "Calle de Pío Baroja", "Calle de Miguel de Unamuno", "Calle de Valle-Inclán", "Calle de Ramiro de Maeztu"... o "Calle de la Oropéndola", "Calle del Jilguero", "Calle del Gorrión", "Calle de la Paloma"... Etcétera. Así, porque sí y a capón.
Así que si el promotor de turno ya les daba resuelto el asunto y les presentaba un plano con los nombres de las calles ya puestos -Avenida de Antonia Motilla Sánchez (su esposa), Calle de Luis Alberto Pérez Motilla, Calle de Juan José Pérez Motilla, Calle de María Teresa Pérez Motilla y Calle de Leonardo da Vinci (es que no tenía más hijos)-, el ayuntamiento le daba el okey y se quedaba tan contento.
La verdad es que para esto yo habría preferido dejar los nombres fríos de los planes parciales: "Calle A de la Primera Fase del SAU 24"; como los asteroides que se van descubriendo ahora, que ya no tienen nombres de dioses romanos, sino de conservantes.
Una variante divertida de este fenómeno se ha dado en más de un lugar (esta vez no en mi pueblo) cuando el promotor, una vez saciado su amor filial, conyugal y paternal, delegaba en el arquitecto la tarea de nominar las demás calles, y éste decidía convocar y concitar a todos sus héroes. Y así nos encontramos alguna urbanización con las calles Alvar Aalto, Frank Lloyd Wright, Miguel Fisac, Santiago Calatrava y Rafael Moneo. Y lo más impresionante es que en ellas hay unas casas que no tienen nada que ver con ellos, porque las casas ya sí las diseñaba el promotor a su gusto. ("Es que esto es lo que vende").
No es mi pueblo. Es otro cercano. Clica y lo verás más grande.
En la imagen superior se ve un fragmento de plano del callejero de un pueblo en el que podemos ver las calles de Alvar Aalto, de Miguel Fisac, de Sainz [sic] de Oiza, de Álvaro Siza, de Norman Foster, de Santiago Calatrava y de Rodrigo Carrasco (que ya estaba allí antes y viene de otra historia). (Las que no aparecen rotuladas en este plano son las calles de Rafael Moneo, de Frank Gehry y de Pablo Palazuelo (¿?). Y fuera del fragmento seleccionado, por el sur, siguen la de Walter Gropius y la de Alonso de Covarruvias. (Menudo cacao).
Fuera de este fragmento, por el este, nos encontramos con las calles de Bramante, Juan de Villanueva, Ventura Rodríguez, Andrea Palladio, Francisco Sabatini...
Veamos ahora unas casas en la Calle de Alvar Aalto.
Clica en la foto si te atreves
Otras en la Calle de Sainz de Oíza [repito el sic].
Ya ni cliques.(¿Pa qué?)
Y otras en la Calle de Norman Foster.
Pienso que todo forma parte del mismo caótico y estúpido mundo en el que todo lo confundimos y revolvemos.
Vivimos revolcaos en un merengue
y en un mismo lodo todos manoseaos.
Hoy resulta que es lo mismo
ser derecho que traidor;
ignorante, sabio, chorro,
generoso, estafador.
Todo es igual.
Nada es mejor.
Lo mismo un burro que un gran profesor.
No hay aplazaos
ni escalafón
los inmorales nos han igualao.
Si uno vive en la impostura
y otro roba en su ambición,
da lo mismo que sea cura,
colchonero, rey de bastos,
caradura o polizón.
¡Pero qué falta de respeto!
¡Qué atropello a la razón!
Iba a poner un par de versos de Cambalache, ¿pero qué versos elegir? ¿Cuándo parar?
(Perdón por la digresión. En cuanto se me va la pinza un poquito me voy a Cambalache. No tengo arreglo).
Todo es igual.
Nada es mejor.
Lo mismo el cura que la madre del urbanizador.
Salgo a pasear y me veo como un zombie, vagando por calles con nombres extraños, de personas que no sé quienes son, o de personas famosas que no tienen nada que ver con mi pueblo, o de ciudades europeas, o de razas de perros, o de juegos de mesa, o de árboles, o de lo que sea, a modo de catálogos incompletos e incoherentes (¿por qué Walter Gropius hace esquina con Alonso de Covarrubias?; ¿por qué el ornitorrinco?; ¿a santo de qué el níspero?; ¿qué pinta la Calle de la Isla de Alborán en un pueblo de la Sagra toledana?), entre los que me pierdo como en una ciudad extraña, que ya no tiene nada que ver conmigo y en la que naufrago huérfano de mi propia memoria, en unas calles hostiles que tienen nombres de mentira y donde hay casas de mentira y vive gente de mentira. Gente como yo, que ya ni sé dónde estoy ni de dónde soy.
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