Para mí, el último motivo de asombro, quizá el más grande, es esta nueva y extendida idea de que estos novelistas son “novelistas experimentales” y que sus obras son trabajos de laboratorio. ¿Por qué experimentales? ¿Y qué diablos significa esa palabra?
Sería reconfortante pensar que la expresión novelistas experimentales significa simplemente que, como todos los artistas, se entregan a su propia experiencia y solo a ella, sin preocuparse por la de sus predecesores, por ilustres que sean, ni por la de sus contemporáneos. Sería un gran alivio si significara que intentan acercarse a la realidad sin mirarla a través de lentes que antes sirvieron a otros. Qué alentador sería si significara que buscan inventar nuevas formas capaces de captar y contener esa realidad, tal como lo han hecho todos los artistas en todas las disciplinas y en todas las épocas.
Así lo hicieron en el siglo pasado los pintores, con el impresionismo, el fauvismo, el cubismo, entre otros; o los músicos, con la música serial; o los escritores, con el romanticismo, el simbolismo, el expresionismo, y así sucesivamente. Si la palabra “experimentación”, cuando se habla del “nouveau roman” en Francia, se utilizara para describir este tipo de esfuerzo, ese que trata de aprehender un aspecto de la realidad aún inexplorado y de encontrar una forma adecuada para comunicarlo, entonces sí, sería algo alentador y, sin duda, la mejor recompensa que estos escritores podrían esperar por su trabajo.
Pero estoy segura de que no se trata de eso. Sería tener una visión demasiado optimista de la opinión del crítico o del lector medio. Deben de querer decir otra cosa. Me temo, lamentablemente, que lo que realmente insinúan es que somos fríos teóricos que desarrollan ideas sobre la novela del mismo modo en que los científicos elaboran hipótesis sobre sus objetos de estudio, y que luego llevamos a cabo pequeños experimentos para comprobar si esas ideas pueden aplicarse a la literatura.
Experimentos que, tal vez, podrían ser útiles a otros que vendrán después y que, tras el sacrificio de estos pioneros valientes pero desafortunados, aprovecharán las herramientas que aquellos habrán diseñado para ellos y las aplicarán a su propia experiencia, más auténtica, más vibrante, más plena, para escribir entonces novelas verdaderas y vivas.
Eso es, me temo, lo que realmente quieren decir. ¿Y de qué serviría intentar demostrar, mediante ideas generales sobre la novela, que están equivocados? Si hay algo —aparte de una lectura honesta y desprovista de prejuicios— que pueda convencer en este asunto, es mostrar desde dentro cómo fueron escritos estos libros. Y solo el escritor puede hacerlo. Intentaré —por difícil que sea— mostrar, a través de mi manera de trabajar, hasta qué punto estaba lejos de aplicar teorías literarias a experimentos de laboratorio.
Nathalie Sarraute
Une réalité inconnue
Essais et entretiens (1956-1986)
Editions Gallimard
Foto: Thierry Martinot
Nathalie Sarraute, 1983