El sacro Estado
"Hemos visto que, en nuestra gran época, el otro gran eje de lo sacro era el Estado-nación y la revolución. El Estado-nación es el segundo fenómeno ordenador de nuestra sociedad; y, junto con la técnica, los dos únicos. Pero será preciso considerar el complejo Estado-nación, no sólo el Estado o la nación. Que el Estado sea uno de los fenómenos sacros de nuestra época parece difícilmente discutible, y sobre este particular subrayo que no hay que tomar ese término vago o impreciso, sino en el sentido más riguroso que le pueden dar los sociólogos y etnólogos que hayan estudiado lo sacro.
El Estado-valor último, a partir del cual todo toma sentido, providencia de la cual todo se espera, poder supremo que afirma la verdad, la justicia, disponiendo de la vida y de la muerte de sus súbditos, árbitro no arbitrario ni arbitrado, que dicta la ley, la suprema regla objetiva de la cual depende todo el juego social. Por supuesto, no data de hoy que el poder sea misterio ni que participe en el ámbito de lo sacro. Es, incluso, uno de los lugares comunes de lo sagrado; origen sacro del rey, carisma, legitimidad del derecho de la vida o muerte... Inútil insistir en las bibliotecas publicadas sobre estos temas. Si; el poder político siempre ha pertenecido a la esfera de lo sacro, siempre ha sido una manifestación de lo sagrado del orden y del respeto, pero lo que parece nuevo, singular, es que hoy el poder no ofrece el mismo aspecto. Ya no está encarnado en un hombre, el rey. Es abstracto: el Estado moderno es un organismo racional, legal, administrativo, cuyas estructuras y competencias son conocidas, analizadas: ¿dónde podría ocultarse aquí el misterio, en qué consistiría lo tremendum y lo fascinans? Y sin embargo, tras el periodo, en el siglo XIX, de voluntad desacralizante para llevar el Estado a su función gestora y jurídica, hemos visto como de nuevo irresistiblemente, surge lo sacro.
El Estado verdugo total, que exige todo tipo de sacrificios y que dispone de todo, máquina clarividente y ciega a la vez, sustituto perfecto de la divinidad. No es el fascismo el que ha fabricado en forma arbitraria y tonta lo sacro sobre el Estado, abandonándolo luego por el decorado o la propaganda en una realidad diferente: en cambio, porque el Estado se había vuelto sagrado fue posible el fascismo. Ante todo, ante cualquier consideración de tipo económico, social, de lucha de clases o de otro tipo, el factor de lo sacro estatal determinó, provocó los fascismos. Sin lo cual, ¿cómo se comprendería que el Estado bolchevique se haya vuelto idéntico al Estado fascista, partiendo se situaciones económicas, de ideologías diferentes y con objetivos opuestos?
¿Cómo se comprendería que la estructura estatal moderna se haya impuesto en todas las naciones comunistas, y ahora en China y en Cuba? Ahí reside el misterio del poder de hoy. En su universalidad, en su trascendencia unida a su proximidad, hallamos lo sacro más clásico. Ello ya fue profetizado por un doble movimiento ideológico, en el momento en que, mediante las "luces" y la revolución francesa, se creía gloriosamente progresar hacia la época de la regresión del poder (liberalismo), de su desacralización (supresión del rey carismático) y de su racionalización (constituciones y administraciones). Se trata de Hegel y de los anarquistas. Por un lado, el Estado, punto culminante de la dialéctica de la Idea, a partir del cual la historia cobra sentido. Por el otro, la Bestia del Apocalipsis, la concentración de todas las opresiones: venganza ciega contra todos sus agentes, muestra hasta qué punto lo consideraban sagrado. El uno y los otros avanzaban.
Durante la guerra de 1914, el Estado se volvió otra vez sagrado: el Estado y no, insistimos, el poder, sino nuestro Estado. Dios de la guerra y del orden. Lo que lo vuelve sagrado no es que se instituya como Dios, sino el hecho de que los hombres lo reciban, lo vivan, lo consideren como el gran ordenador, inevitable providencia, esperándolo todo de Él, y aceptando toda voluntad, y concibiendo la existencia y la sociedad en relación con Él, inevitable, inexorablemente.