Por Abel Gil
Un paisaje se define como la percepción que mantiene una
población sobre un territorio, resultante este de la interacción de factores
naturales y/o humanos.
El paisaje es, por tanto, un recurso de importante peso
identitario para las sociedades. Sin embargo este concepto ha quedo
desvinculado de la planificación territorial hasta épocas muy recientes. Sólo a
partir del Convenio Europeo del Paisaje (CEP), ratificado en Florencia en el
año 2000, se empieza a tratar de un modo más general y a introducir en el
estudio y gestión de los territorios europeos.
Este estudio de los paisajes se ha centrado principalmente
en el sistema de espacios libres, dejando, generalmente, de lado al sistema de
asentamientos, donde se concentra la población.
En ámbitos urbanos o metropolitanos los estudios de los
paisajes, tienden a centrarse en los
espacios valiosos aún sin urbanizar o en la ciudad ya construida, pero sin
llevar a cabo una relación entre ambos, de los espacios de borde. El cambio
perceptual entre ambos espacios es brusco, cuando la proliferación de la
urbanización dispersa y los crecimientos en manchas de aceite han ocasionado
una transición funcionalmente diluida.
En
estos territorios de borde de la ciudad se plantea el problema de la calidad y
conservación de los paisajes. Lugares donde las matrices territoriales
heredadas, resultado de complejos y largos procesos de adaptación del hombre
con los elementos naturales preexistentes y de estos elementos naturales
preexistentes a los usos del hombre, se enfrentan a profundos y veloces
procesos de transformación y reconfiguración que suponen la destrucción
absoluta o casi absoluta del paisaje y la creación de uno nuevo.
Estos nuevos paisajes son paisajes
externos, importados y de carácter principalmente urbano. Se elimina la matriz
territorial heredada, superponiendo a ella un sistema urbano que no tiene en
cuenta ningún elemento preexistente. Con las excepciones parciales del relieve
y la hidrografía, aunque estos dos elementos del paisaje han sido también
frecuentemente eliminados de los nuevos paisajes mediante encauzamientos,
soterramientos y desmontes.
Existe una tendencia general a hablar
sobre la conservación de los paisajes, pero ¿en qué consiste esta conservación?
Y, ¿Cómo se puede conservar un elemento que ya no resulta funcional? Teniendo en cuenta que la definición
de paisaje incluye una relación entre los elementos humanos y el medio natural;
cuando estos elementos humanos abandonan las actividades que en ellos
realizaban porque ya no resultan rentables, o a la espera de una
recualificación de este suelo entorno a las dinámicas de expansión de la
ciudad, ¿Se puede conservar ese paisaje? ¿Se puede integrar este paisaje en la
ciudad?
Unos
territorios, y sus respectivos paisajes se transforman y evolucionan, cambiando
progresivamente de funciones y usos, y con ello de paisaje, pero conservando
unos elementos heredados, embrionarios, del largo proceso histórico de formación
del espacio, que no se detiene pese a la perspectiva de inmovilidad del hombre.
En estos lugares la conservación del paisaje no pasa por evitar estas
transformaciones, sino en permitirlas y controlarlas para que el paisaje se
adapte a los nuevos usos, de otro modo se condenaría al territorio a la propia
destrucción de su paisaje, por la inoperatividad de su mantenimiento.
Otros territorios cambian rápidamente, donde a la matriz del
territorio preexistente, configurada durante periodos más o menos largos de
tiempo, se le sobreimpone otra estructura nueva, que no tienen en consideración
los elementos previos, y que destruye los elementos identitarios vinculados.
Esto supone una destrucción absoluta del paisaje, y de la sociedad que lo
habitaba, y es el caso más extendido a la hora de crear nueva superficie urbana.
El nuevo paisaje –nuevo en cuanto a su posición- que se genera en estos
espacios es una importación, una replicación del paisaje ya construido en otros
territorios, carente de identidad, imitando a los suburbios de las metrópolis
norteamericanas, las hileras de casas adosadas de Londres, o la consecución de
torres y bloques de viviendas llevadas a cabo por Lúcio Costa y Oscar Niemeyer en Brasilia.
La preocupación profunda que recae
sobre el estudio del paisaje -y en su destrucción y conservación- está en la relación que mantiene éste con la población -como
elemento resultante de la interacción de esta con el medio natural- y como
elemento estrechamente vinculado a la calidad de vida, con importantes
capacidades para generar identidad, colectividad y sentimiento de pertenencia a
una sociedad.
La solución a los actuales procesos
de sustitución del paisaje, no de transformación del mismo, pasan no por tratar
de evitar o frenar la urbanización para conservar el paisaje, si bien realizar
estas acciones puede ser de alto interés por otros razonamientos, sino por
incorporar a la matriz territorial preexistente a los cambios de uso del suelo.
Así pues el relieve, la red hídrica, la red de caminos o el sistema parcelario
deben tener una importancia vital en un nuevo modelo de gestionar y desarrollar
el paisaje en relación con la creación de ciudad.
Se trataría de desarrollar un planteamiento urbanístico que
tenga en cuenta un trazado basado en la red de caminos y el parcelario previo,
y que no se imponga a ellos, si bien suponga cambios, ya que las necesidades de
un núcleo urbano contemporáneo no son las mismas que la de accesibilidad al
parcelario agrario. Suponiendo la creación de los nuevos espacios urbanos la
transformación del paisaje heredado para cubrir nuevas necesidades,
incorporando elementos de integración con los paisajes no urbanos, que den
continuidad al territorio, así como generando unas unidades urbanas únicas,
endógenas y con una alta capacidad de servir como espacios de referencia
identitaria para la generación e integración de una sociedad residente, y por
tanto generadores de una comunidad, garante de una buena calidad de vida.
Se debe plantear la creación de nueva ciudad no desde un
plano en blanco, sino sobre un territorio previo con relieve y morfología
propia y singular, con un alto potencial de transformarse en un espacio urbano
único y diferenciado que pueda ser habitado por una sociedad con las mismas
características.
Abel Gil Lobo es graduado en geografía y ordenación del
territorio, especializado en planificación y desarrollo sostenible.
Créditos de imágenes:
Imagen 01: Imagen de Parla Este. Aproximadamente año 2000. (fuente: Google Earth)
Imagen 02: Imagen de Parla Este. Apróximadamente año 2006. (fuente: Google Earth)
Imagen 03: Superposición de la trama original con la actual. (fuente: Google Earth)
Revista Arquitectura
Los nuevos retos en la creación de ciudad: integrar los paisajes previos
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