Revista Filosofía

Los objetos de Panizza

Por David Porcel
Podríamos decir que los cuentos de Oskar Panizza testimonian el desbordamiento de aquello que no puede contener ya la razón. La ciencia y la ética modernas, con su sujeto y su objeto prefabricados, debidamente dispuestos, pueden contener todo aquello que resulta de la misma naturaleza que ellos. El objeto ya está ahí para ser conocido, asimilado. El objeto ya está enjaulado antes de echarle el lazo. Lo mismo ocurre con el sujeto, que ha sido concienzudamente preparado para que sepa echar el lazo y éste alcance al objeto. El sujeto puede fallar, desviarse, sí, pero no puede más que seguir intentándolo, porque está para eso, para intentar apresar el objeto.
Los "objetos" de los cuentos de Panizza no se prestan a ser sujetados, y es que no están domesticados. Pertenecen a otro orden, a otra naturaleza, de ahí que el entendimiento y la voluntad poco o nada puedan hacer frente a ellos. No han resultado de un ejercicio de fabricación, deliberada y concienzuda, como la sustancia aristotélica o el fenómeno kantiano. Dormitan ferozmente, hasta que salen a escena e irrumpen -que no interrumpen- en la vigilia. La interrupción supone no salir de las tareas que nos ocupaban. Queda integrada en la situación. La irrupción, sin embargo, implica cambiar de escenario, más precisamente, tener que abandonar el teatro. Entonces, como en el sueño o la creación, ya no se es sujeto de conocimiento, ya no puede más que padecerse aquello que ahora te refiere. Quedamos, más que nunca, expuestos, desnudos, fuera de la posición desde la que hasta ese momento todavía podíamos juzgar el mundo, reírnos de él.
“¡Y de repente llegó! De repente, en medio del aire claro que se agitaba a nuestro alrededor, como paños azules en medio del mar azul transparente como el cristal, surgió un barco. Un vapor impetuoso. Totalmente iluminado por el sol de mediodía. Iba tan rápido como nosotros. Justo delante de nosotros. De color pajizo como un limón. Pintado como ya nadie puede pintar un barco. Y ya que íbamos casi a la misma velocidad, me equivoqué en cuanto a su verdadero movimiento. Y con las oscuras piezas superpuestas como verrugas –las ventanillas de los camarotes-, se acercó el monstruo de color chillón, como un sapo amarillo, un anfibio enorme y venenoso.” (Oskar Panizza, El sapo amarillo)

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