Revista Cultura y Ocio

Los ochenta son nuestros

Por Juliobravo

Los ochenta son nuestros

Dentro de unos días llegará al teatro Calderón-Häagen Dazs Los ochenta son nuestros, una comedia escrita por Ana Diosdado hace algo más de veinte años a partir de su propia novela del mismo título. Se estrenó a principios de 1988 y fue uno de los grandes éxitos de aquella temporada y de la siguiente. Cuando me enteré, hace unos meses, de la reposición de este título, se me instaló una nueva arruga en la memoria, porque recuerdo perfectamente la noche en que entrevisté a los intérpretes de la obra para un reportaje que se publicó en Blanco y Negro -entonces el suplemento dominical de ABC- a finales de mayo (para saber esto he tenido que echar mano de la hemeroteca, no tengo tan buena memoria). Fue un sábado, entre la función de tarde y la de noche. La obra se representaba en el teatro Infanta Isabel, y Pedro Larrañaga, el productor (era su debut en este campo) organizó una cena rápida en una cafetería cercana al teatro. Allí vinieron todos los actores y, creo recordar, también estaba Ana Diosdado. En el centro yo, y en una larga mesa en forma de U, los intérpretes, más atentos, como es lógico, a los embutidos, las cañas y las tortillas que a mis preguntas. Lo recordaba ayer junto a Blanca Jara y Borja Voces, dos de los intérpretes de esta nueva producción de la obra, y los dos reían imaginándose la escena. Es curiosa la memoria... Allí estaban Toni Cantó, Flavia Zarzo, Juan Carlos Naya, Víctor Manuel García, Luis Merlo, Amparo Larrañaga, Iñaki Miramón y Lydia Bosch, además de Silvia Leblanc y Miguel Ortiz, que interpretaban en alguna representación los papeles de Lydia Bosch y Toni Cantó, enredados ya en proyectos televisivos).

Aquella cena fue un guirigay, con unos y otros pisándose la palabra, hablando a la vez; yo no sabía hacia dónde mirar ni a quién preguntar, y fue un triunfo poder ordenar después todas las notas y la grabación. Se les notaba felices, entusiasmados con la obra, que estaba funcionando muy bien -Juan Carlos Naya bromeó diciendo que era "la primera vez que hacía teatro comercial"-. Pero fue, también, un rato muy, muy entretenido. Al terminar, todos se marcharon corriendo, la mayoría sin ni siquiera despedirse -tenían todavía por delante una segunda función-. Sólo Silvia Leblanc se detuvo para darme dos besos antes de marcharse. Entonces no me hizo gracia, pero ahora, con el tiempo y la distancia, entiendo perfectamente su prisa.

En resumen, que tengo muchas ganas de volver a ver Los ochenta son nuestros...


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