A lo largo de las tres últimas décadas Quentin Tarantino a logrado el sueño de todo cineasta: hacer las películas que quiere, cuando quiere y de la manera que a él le parezca mejor. A Tarantino se le puede amar u odiar, pero lo que es indudable es que ha establecido un estilo propio apuntalado por millones de seguidores incondicionales. Sus películas, a pesar de transcurrir en diversas épocas, parecen pertenecer a un universo propio, dotado de reglas peculiares entre las que destacan dos: los personajes están dotados para los diálogos ingeniosos y estas largas escenas de conversaciones al final derivarán inevitablemente en una orgía de violencia marca de la casa.
Que el cineasta tenga el control absoluto sobre su producto explica que Tarantino se haya permitido el lujo de entregar un western de casi tres horas de duración en el que la acción se concentra en la última media hora. El resto del metraje sirve para retratar con precisión a los distintos personajes que se van a citar en un refugio aislado en la nieve y para ir creando un clima de tensión que casi entronca con la literatura de Agatha Christie: ¿quién quiere asesinar a quién? ¿cuáles son las verdaderas intenciones e identidad de cada uno de los personajes? La película se sostiene precisamente gracias a una compleja arquitectura construida a base de un juego de equívocos a varios niveles. Eso no quiere decir que Los odiosos ocho sea una obra redonda. Su principal lastre es el exceso de metraje, quizá porque Tarantino necesita que todo el elenco tenga su momento - o sus momentos - de gloria y puedan lucir su capacidad para la réplica brillante en unos diálogos tan improbables como cinematográficamente efectivos.
Uno de los grandes aciertos de Los odiosos ocho es la creación de un clima propio, y no me refiero a la nieve incesante y al frío que inundan la película. Nos encontramos en un momento histórico muy peculiar, cuando la Guerra Civil Americana ha terminado hace pocos años y los personajes arrastran todavía heridas muy sangrantes obtenidas en los diversos avatares sufridos en la misma. Aunque el Norte ha ganado, el Sur conserva su orgullo y la presencia de un hombre de color que se exhibe como un macho dominante - antiguo oficial y cazarecompensas - no hace sino elevar la tensión en el espacio cerrado y asfixiante - a pesar de las bajas temperaturas - en el que transcurre la mayor parte del metraje: la intrahistoria de cada uno de los personajes se mezcla con la Historia con mayúsculas de una manera sutil y efectiva. Mención especial también a la actuación de Jennifer Jason Leigh, que interpreta al personaje quizá más odioso de todos, pero que se desenvuelve a la perfección entre un reparto en el que todos los demás son hombres.