Hace algo así como un mes me desayunaba leyendo que el Guadiana había recuperado sus ojos . El castigado Acuífero 23, víctima de décadas de negligencia, terrorismo urbanístico, depredación socialmente bendecida y administraciones de mirada bizca, rezumaba de nuevo sin hacer ruido. Dos buenos inviernos seguidos bastaron para devolver la esperanza líquida a un país famélico, agostado por los recortes a matarrasa.
Sumergido en lo cotidiano y alejado por el Océano, pronto olvidé la noticia. Al fin y al cabo, el Guadiana es como una realidad paralela, que transcurre miles de kilómetros al norte de este archipiélago perdido y que en nada afecta a mi generalmente anodina existencia.
Dormitaba el recuerdo hasta hace solo unos días, cuando un nombre vino a despertarlo en el improbable entorno del Boletín Oficial de Canarias. Un nombre bíblico e inusual, pero por otra parte tan anodino como el mío. El de un antiguo alcalde, expulsado por las urnas, que había vuelto a encontrar un acomodo en un arcano rincón de la administración pública canaria. Un puestito confortable y alejado de las cámaras, de esos que pasan igualmente desapercibidos para la prensa y para la oposición, en el que la única preocupación anticipable es saber si la nómina de este mes, por otra parte bastante poco anodina, llegará a la cuenta el viernes o el lunes.
Y de pronto me puse a pensar en las decenas, acaso cientos, de ojos del Guadiana que dormitan bajo el subsuelo putrefacto de la política canaria. En los muchos otros nombres que ganaron en los despachos del partido lo que habían perdido antes en los colegios electorales. O que ni siquiera han estado nunca impresos en ninguna papeleta, lo que no ha impedido que figuren en las tarjetas de visita de secretarías, direcciones generales, consejos de administración y otros productivos acuíferos subterráneos. Esperando siempre su próxima encarnación, en un eterno juego de las sillas musicales en el que, ganes o pierdas, nunca hay inviernos secos. Tarde o temprano rezuman, aunque sus aguas sean bastante más fétidas que las del acuífero 23.