A nadie escapa que el Románico no sólo es un arte sagrado, sino que - también, y fundamentalmente- constituye todo un sistema estructural que trasluce y materializa una forma concreta de entender el mundo. A través de su mirada, se ofrece y obtiene una imagen didáctica en la que se refleja el orden social, moral y político institucional. Por ello, porque las imágenes no son sino representaciones de la historia y de los hombres que las han hecho, es por lo que es tan importante acceder a un conocimiento profundo de las formas, del "lenguaje" a través del cual se expresa, manifiesta, exterioriza y revela.
Nuestra percepción del románico es distinta, psicológica y culturalmente, de la que realizaba el hombre del medievo. La imagen que ellos hacían de los objetos que los rodeaban, de los animales, bosques e incluso acontecimientos naturales, estaba impregnada de gran variedad de interpretaciones. Nada se limitaba única y exclusivamente a la existencia física, pues el mundo figurativo románico, lleno de simbolismo, apunta siempre tanto a lo bueno como a lo malo. Todo está estrechamente unido mediante un entrelazado de semejanzas y pertenencias y, debajo de la apariencia, dormita lo demás.
El arte románico crea relaciones que unen la apariencia externa al mundo sobrenatural y a una verdad suprema con unas relaciones que no siempre son inequívocas, sino con significados y significantes simbológicos elevando determinadas propiedades unidas entre sí.
Una primera manera de "mirar viendo" el románico es la que, desprovista de base metodológica, se aproxima con un planteamiento meramente descriptivo. Para esta mirada, la operación de contemplarlo es meramente descriptiva. No hace falta explicarlo. Se considera su imagen como ingenua, trasparente y gratuita.
Una segunda forma de "mirar" el románico es aquella en que se contempla sus claves simbólicas desde el punto de vista metafísico. Se mira con ojos intelectualizados desplazando la carga de la respuesta al estudio del símbolo y su relación analógica entre idea e imagen, donde como quiera que el símbolo no expresa ni explica y su propio y esencial carácter polisémico posibilita una interpretación en diversos órdenes y planos de la realidad, posibilita una actividad intelectiva para comprender, espiritualmente, el orden de realidad a la que alude o sugiere. Aquí prima la ley de correspondencia o analogía, por lo que en este grado de visión o mirada, cada persona penetra en la intimidad del símbolo según sus propias aptitudes intelectuales que, sin embargo, pueden caer en el error de sistematizar y buscar claves interpretativas pasando por un esquema preconcebido de su significado, cayendo en lo que yo denomino "cataratas del románico".
Finalmente, existe una tercera manera de "mirar" el románico. Es la que se realiza con ojos críticos. La que considera que su contenido está por hacer y su contemplación debe reestructurarlo mediante la dialéctica del observador y lo observado, descodificarlo para recodificarlo situándolo en un nuevo nivel de significación, superando el mero texto contemplado para relacionarlo con su contexto con mirada sincrónica y diacrónica para volver sobre sus pasos y conocer, en sincronía, la totalidad de su estructura que es lo que, realmente, lo hace significante.
Palencia es románico. Amar Palencia - como me consta que Froilán de Lózar la ama- es amar su románico. En su Mirada, Froilán recoge una rica recopilación de artículos y opiniones de los templos románicos palentinos descritos por diversos autores. Es una Mirada descriptiva. Froi es un enamorado tardío del románico que aprendió a mirar a golpes de ladridos secos de un perrito yorksay llamado Mongui, pero que desde entonces no para de husmear para dar a conocer y poner en valor a sus paisanos y al mundo Curiosón. En esta cuidada publicación, nos sube al condado de Pernía con Lebanza y su San Salvador de Cantamuga y, sin salir de aquellos valles, extiende su Mirada a Santullán, Salcedillo, Brañosera y Cordovilla; penetra en el centro, en la Valdavia hacia las Vegas del Carrión y en la propia ciudad de la fortaleza de San Miguel.
Ahora, a ti lector/a, te toca completar la obra de Froilán visitando sus pórticos ponderados de Carrión o de Moarves, los capiteles y canecillos de Frómista, las urnas sepulcrales de San Zoilo o Aguilar; las pilas bautismales de Abia de las Torres, Arenillas de San Pelayo, Osorno o Colmenares, el apóstol de San Andrés en su convento cisterciense, o las cruces cobrizas esmaltadas de Corvio, Mave o Villameriel.
Su lectura, la Mirada de Froilán plasmada en letra, no es un camino andado sino una propuesta de aventura que recorrer para divertirte buscando en el románico palentino las fuentes constructivas leonesas y compostelanas en los templos de la margen derecha del Pisuerga o el borgoñón, burgalés y lombardo en Aguilar, Moarves o Perazancas, el astur palentino de Villanueva de la Torre, Rueda y Mudá hasta caer rendido en el estilo pleno latino cristiano cluniacense de Frómista y entablar un diálogo mudo, espiritual, con sus Maestros Xemeno de Quintaluengos, Joannes de Nucares, Gustius en Lebanza, Nicolau o Petrus en Cozuelos, Michael y Bartolomeus en Revilla o Dominicus en el claustro de Santa María la Real.
Sólo si así lo hacemos, si así leemos esta obra preciosa que Froi nos regala, no sólo con nuestra mirada reescribiremos su esfuerzo, sino que constituirá nuestro agradecimiento consciente al mantenimiento y divulgación del románico que más ama: el Románico Palentino.
En Almería, un día de Otoño cualquiera.
Manuel Gila Puertas (Syr)