Hoy me rodeó su olor a hojas de otoño y calor de madera requemada: en la esquina, justo delante del Banco aquel en el que nunca entro, porque una vez se rieron de mí al hablar de mi casa. Justo ahí, esquina con esquina, en el cruce de semáforos que más veces he atravesado en mi vida, en ese mismo sitio esta mañana apareció -para mí, de repente-, la castañera.
Tapada con una manta que no era de cuadros, como las que una castañera que se precie lleva siempre, pero enfundada en gorro y chal, ella no sabía que el aroma de su dulce es para mí el recuerdo de alguien al que hace años que no veo y cuya ausencia a veces me acompaña con un dolor quedo, de esos nostálgicos de tarde otoñal y leche caliente acurrucada...
No lo sabe, pero quise resistirme -indómita, troyana- a la tentación de la carnosa pulpa caliente y la cáscara ennegrecida por el humo, y por eso pasé por delante varias veces, en mi camino para cumplir con varios recados mañaneros.
Y no lo sabe, pero al final cedí, creo que al recuerdo de una tarde en Madrid:
- Negre, nos volveremos a ver y entonces pasearemos y comeremos castañas juntos...