Revista Cultura y Ocio

Los olvidados de la historia

Por La Cloaca @nohaycloacas

Publicado por Marta J. Muñoz

Gitanos, Manush, Rroms, Sintis, Kalés, Piemontésis, Ashkalis, Lovära, Kalderash, Valslike, Gypsies…

A lo ancho y largo de toda Europa, son llamados de diversas maneras. Según la Unión romaní internacional, todos ellos son romaníes o roma, ya que comparten unos mismos ancestros, como se desprende del estudio de sus lenguas, con una raíz común: el sánscrito (antigua lengua de origen indio). Es gracias a los estudios lingüísticos que, hoy día, podemos saber que salieron de India hacia el oeste, hasta establecerse en Europa.

Y es que el estudio de su lengua, el romaní, nos ayuda a comenzar a entender su cultura. Por ejemplo, Rrom significa “hombre” en su lengua; gadjé o padjo son los no Rrom. Como curiosidad, es significativo saber que en romaní no existe la palabra ‘mañana’, como el día que va después de hoy. Esto nos permite comenzar a comprender que, para los roma, el tiempo no es percibido de la misma manera que para los padjos.

El por qué partieron de India es aún cuestión de discusión entre los académicos, y fuente de numerosas leyendas entre los romaníes; estos relatos siempre hablan de una guerra provocada por un amor prohibido, incestuoso o maldecido por una hechicera.

Sea como fuere, los romaníes llegaron de India a Europa antes del año 1300, a final de la Edad Media.

Hoy en día, los romaníes son la minoría más numerosa de Europa; según estimaciones, serían entre 10 y 12 millones. Más numerosos que la población de Dinamarca, o la de Irlanda.

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La historia de los gitanos va de la mano de la historia moderna y contemporánea de Europa. Sin embargo, es una parte de la historia que no interesa. Parece que queda feo en los libros de texto contemporáneos que los niños estudien que los gitanos fueron expulsados de las principales ciudades y países europeos (de París en 1439; en 1471 de Suiza; en 1500 de Alemania; de Inglaterra en 1514 bajo pena de muerte, al igual que de Bélgica en 1950; asimismo, tenían prohibido pisar San Petersburgo). En Rumanía no tenían derecho a tener una casa hasta el siglo XX.

Es cierto que en España nunca fueron expulsados. Sin embargo, se han promulgado numerosas leyes que han hecho desaparecer, en parte, su cultura y su propia identidad. Por ejemplo, en 1499, los Reyes Católicos promulgaron una ley que obligaba a los gitanos a vivir en un lugar fijo y a desempeñar tan sólo determinados oficios. En 1568, Felipe II les impide ir a América. En 1633, Felipe IV les prohíbe el uso de su lengua y de sus ropajes, aunque afirma que los gitanos son españoles Quizás el hecho más penoso de la historia española respecto a los roma se produjo entre 1746 y 1753; durante esta época el obispo de Oviedo y el primer ministro, De Ensenada, diseñaron el plan secreto para encarcelar a todos los gitanos. El plan consistía en separar a las familias para que no tengan más hijos y así que acabasen por desaparear. Como Felipe VI estuvo de acuerdo, el 30 de julio de 1749, se dictó la orden de prisión de todos los hombres gitanos. Ese mismo año las familias fueron separadas. A la muerte de Fernando VI, Carlos III libera a los gitanos que aún estaban en prisión, tras 14 años presos. Carlos III fue el único rey español que buscó la integración de los gitanos con medidas innovadoras.

Algunos países no se contentaron con aprobar leyes para suprimir su cultura y mantenerlos marginados, y llegaron aún más lejos. Durante el siglo XV, se les esclavizó en Hungría y Rumanía hasta que la esclavitud fue suprimida en 1890. En la Alemania de Hitler, los nazis quisieron exterminarlos al considerarlos una raza sucia e inferior cuya sangre era demasiado peligrosa para la supremacía aria, por ello se tomaron medidas a fin de que no contaminasen con su sangre. A parte de las duchas colectivas de gas, las mujeres romaníes fueron esterilizadas en masa a partir de los 6 años de edad. Los roma denominan a este momento de su historia Poraimos (el equivalente de la Shoa para los judíos). Se calcula que en el holocausto murió entre el 25 y el 30 % de la población romaní de Europa.

A estos hechos, en vez de seguir una condena pública y el resarcimiento de las víctimas o de sus familiares, les siguió la conspiración del silencio. Ningún Roma fue llamado a testiguar en los juicios de Núremberg. Alemania esperó unos 50 años, hasta el 5 de abril de 1995, para reconocer el genocidio de los roma. En Europa, tan dos países han reconocido este genocidio: Hungría en 1995, y Francia en marzo de 2013. Ninguna comisión de verdad, para averiguar de manera certera cuántas personas de esta etnia murieron y a manos de quién, ha sido establecida en Europa. El reconocimiento público de los crímenes que se cometieron contra los roma podría contribuir de alguna manera a restaurar la confianza de los romaníes en toda la sociedad. La Unión Europea ha instaurado recientemente la Jornada europea de conmemoración del genocidio de los Tziganes, tal día debería celebrarse el 2 de agosto en todos los países miembros de la Unión. Ninguno ha establecido esta fecha oficial en su calendario.

El primer congreso internacional de la comunidad gitana tuvo lugar en Londres en 1971. Allí diseñaron la bandera de que representa a todos estos pueblos, insertaron sobre un fondo azul y verde -cielo y tierra- una rueda roja como símbolo de sus viajes y su eterna, y en muchas ocasiones obligada, itinerancia. Asimismo, eligieron la canción de Djelem, djelem –Vayamos, van- como himno.

Inexplicablemente, la historia de los roma se pasa por alto en escuelas, institutos y universidades. Parece ser que la posición institucional común es ignorarlos hasta hacerlos invisibles. Tan sólo salen en nuestras pantallas de televisión para contar sus maldades; la criminalidad con raíces étnicas y punto, no busquemos más allá no vaya a ser que demos con la verdadera raíz del problema. Ya en 1613, Cervantes escribió en La gitanilla: «Parece que los gitanos y gitanas solamente nacieron en el mundo para ser ladrones: nacen de padres ladrones, críanse con ladrones, estudian para ladrones y, finalmente, salen con ser ladrones corrientes y molientes a todo ruedo, y las ganas del hurtar y el hurtar son en ellos como accidentes inseparables, que no se quitan sino con la muerte».

Los estereotipos aún rodean a este pueblo (no hace falta recordar el recurrido chiste de que algo es más sospechoso que un gitano corriendo), lo que provoca la discriminación y la segregación a lo largo de Europa.

Desde 2000, muchos romaníes provenientes del este (sobre todo de Rumanía y Bulgaria) han emigrado hacia los países del oeste de Europa en busca de una vida mejor, lo que se llama una migración económica. La mayoría de los recientes migrantes roma sobreviven al margen de la sociedad europea, en campamentos de fortuna, se instalan allí donde pueden, alejados de las miradas de los padjó, y alejados de los servicios esenciales de la ciudad como agua potable y caliente, electricidad, recogida de basuras o la escuela.

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Desde 2014, siete años más tarde de su adhesión a la UE, los rumanos y búlgaros disfrutan plenamente del espacio Schengen, por lo que pueden trabajar en cualquier país de la Unión europea sin necesidad de una autorización de trabajo. Sin embargo, uno de cada tres romaníes de Europa está desempleado y el 90% vive por debajo del umbral de la pobreza, según la Agencia europea para los derechos humanos fundamentales. Los roma migrantes suelen sobreviven de la recogida de chatarra y su venta, así como de la mendicidad.

Como se ha dicho antes, son la minoría más importante de Europa; esto quiere decir que poseen una cultura diferente a la mayoría dominante. El derecho internacional se preocupa por la protección de las minorías. Entre las diversas convenciones, tratados y declaraciones que se ocupan de proteger a esta minoría queda claro que tienen derecho a existir con su propia identidad; es decir, una cosa es la integración, deseable ya que participan en la sociedad sin perder su identidad, y otra la asimilación, por la que se les despoja de su cultura para convertirse en parte de la mayoría dominante.

Entre las diversas, variadas e inimaginables formas de discriminación que he podido observar de primera mano, una de las últimas (al sur de Francia, cerca de Aix-en-Provence) es la restricción de que tres niños romaníes cogiesen el autobús escolar.

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Desde septiembre del año pasado, estos niños no han podido ejercer su derecho a la educación, ante la impasibilidad e ineficacia de los poderes públicos que han tardado más de 4 meses en solucionar este problema: una cosa tan difícil como dejarles que entrasen en el bus….

Son seres humanos, y no se trata de caridad el otorgarles sus derechos, sino de justicia.


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