¿Es posible que trescientas sesenta y cinco páginas se lean en dos tardes? Sí, si el libro que tienes delante es el de Roberto Santiago y Nacho Velmar: Los Once. El delantero que volaba al atardecer. Fabuloso. Gracias de nuevo a Babelio porque me está descubriendo verdaderas joyas literarias.
Ramón Naya, a punto de cumplir 11 años llega, con su familia, a un pueblo de Cuenca, Nakatomi, con el curso empezado; a su madre la han destinado allí para ejercer de jueza; el traslado no supone un problema en su familia pues su padre, diseñador gráfico, trabaja en casa. Desde que llega al pueblo, Ramón pasará a ser Rana, algo que, si al principio le molesta enormemente aunque lo acepta con resignación, al final le encanta ser el portador de dicho apelativo; este hecho llama la atención del lector sobre el trato ofensivo o elogioso de cualquier apodo, casi siempre depende de la intención con la que se diga.
En Nakatomi, Rana se encontrará con la disyuntiva de poder formar parte de dos equipos de fútbol: El Estrella Polar, nombre del colegio al que asiste o Los Hurones, compuesto por trece niños que sufrieron un accidente relacionado con la central nuclear situada en la frontera con París, pueblo colindante con Nakatomi. Estos niños tienen la característica de llevar implantes de titanio en las partes del cuerpo que se vieron afectadas por la radiación. El Estrella Polar tiene en su equipo diez niños, les falta el número 11, por eso convencen a Rana para que se una a ellos y jugar así un partido que tendrá lugar en pocos días, durante la inauguración de la nueva central reformada y la presentación de Ismael Rata como alcalde conjunto de París y Nakatomi. Hay intereses ocultos en todo el asunto, el alcalde posee acciones de la central y pretende tener el poder en los pueblos que la rodean; por otro lado, el Profeta advierte del peligro radiactivo, así que intenta convencer al pueblo -con amenazas- de que dicha fábrica no debe abrirse.
Pero nadie cuenta con el verdadero poder de los futbolistas. Al cumplir los 11 años adquieren poderes extrahumanos, cada uno el que quiere y durante el partido se convertirán en los verdaderos héroes salvadores.
Lo mejor de Los Once es la historia. Lo mejor de Los Once son las imágenes. Lo mejor de Los Once son los sentimientos que despierta al leerlo. Lo único que podemos reprochar a Los Once es que el final es abierto, faltan situaciones por cerrar y nos quedamos con las ganas de saber qué ocurre con determinados personajes, pero esto también es lo mejor porque nos aseguramos que podremos disfrutar de más entregas de Rana y sus amigos.
Rana es el narrador en primera persona y advierte desde el principio
Tengo once años recién cumplidos [...] todo empezó el 11 de marzo a las 11 en punto de la noche. El número 11 es muy importante en esta historia.
Y no lo olvidamos. Los adultos observamos sin dificultad la simbología de este número. El 11 alerta sobre posibles cambios:
El 11 representa, en la simbología, a los ángeles o a los guías que ayudan a la iluminación espiritual. Es un símbolo dual, en su esencia une lo masculino y lo femenino:
En el 11, el bien y el mal se dan la mano, también las fuerzas contrarias hasta que consiguen complementarse
Los sentimientos de Rana, el narrador, fluyen a cada momento y somos capaces de percibirlos en la narración, pues puede relatar a tiempo real, consiguiendo que la exposición vaya más rápida que la realidad o que el tiempo de la novela se desarrolle más lento que el real:
El paso del tiempo para Rana es subjetivo y el lector lo percibe con cierta tensión porque debe esperar para enterarse de lo que sucede exactamente hasta cuando el protagonista quiera. Los sentimientos de Rana fluyen asimismo en la forma narrativa, sin ahondar en lo que ocurre alrededor, solo sus emociones separadas del resto, del mundo real, con la misma función expresiva que se utiliza en la lírica, a veces con la misma forma de un poema.
No solo la tensión, el humor está presente en la aventura, entre los amigos, en su familia, con la profesora... está claro que Santiago sabe cómo influir en el estado de ánimo de los lectores: los disparates que dice Rober, el hermano pequeño de Rana, las ironías de Rosalía, su hermana mayor, la ingenuidad y bondad del padre consiguen que, a pesar del componente subjetivo del humor, inmediatamente intuyamos que esas situaciones son el contrapunto perfecto para la finalidad de la historia, valorar la amistad, la ayuda, el trabajo en equipo, el amor incondicional de la familia y la dedicación de los padres, sobre todo el esfuerzo que hacen por agradar a sus hijos aunque no siempre lo consigan "Me puse el traje y bajé a desayunar [...] -el Tito es Ranamán- dijo Rober. Todos le rieron la ocurrencia [...] lo que me faltaba. [...] Encima, me habían regalado un traje un poco cutre con el que parecía una rana". Es evidente que el estilo humorístico, tenso, marcado por la acción y los diálogos o monólogos del protagonista, agiliza el ritmo.
La historia es perfecta, no tiene ninguna fisura porque anima a los niños a que sepan que no todos somos iguales, a que comprueben que incluso de la desgracia podemos intentar ver el lado bueno. Roberto Santiago (y nosotros con él) está convencido de que ningún niño debería sufrir daños físicos o psicológicos fruto del acoso de otros niños "-No me gusta que me llames chino -dijo Huang" ,o de la violencia encubierta que los adultos podemos ejercer sobre ellos "-Hubo un accidente -dijo- Y estábamos dentro de la central". Por eso los convierte en superhéroes.
Los dibujos de Velmar crean lugares espaciados en los que la fábrica los preside, la intención es testimonial en estos casos; en otros, consigue con líneas de movimiento para golpes, caídas, enfado, carreras..., acrecentar la imaginación de los receptores. En las imágenes que ocupan una página, como la de la portada, las líneas diagonales ocupan nuestra atención para centrarnos, sin problemas, en la figura presidencial o la unidad que forma un grupo de niños; el resto no interesa, son manchas que contrastan en una gama cromática intensa, alegre, que nos atrae desde el primer momento.
Asimismo, la creatividad de este ilustrador se muestra en el uso intencional del color oscuro y cálido para Los Hurones: el rojo y negro convocan cierta fuerza que despierta también las simpatías de los lectores. Además, Nacho Velmar dirige nuestras miradas, con puntos de luz, hacia aquello que hace diferentes a los chicos: el implante de Umberto, el gorro de Rana, destacando con ellos el sufrimiento y la inocencia de los niños.
Los dibujos son mágicos, representan el movimiento de cuerpos desgarbados y ágiles de niños de 11 años. Con las ilustraciones, fijamos nuestra atención en las actitudes de los adultos, el gesto atemorizado o relajado de los padres, el movimiento servil de las manos y la espalda encorvada de El Frases contrasta con Rata, el alcalde-accionista de la central, cuya mano adopta un movimiento displicente; su postura erguida, la sonrisa enorme, el color intenso y el tamaño exagerado del pelo; todo habla de la personalidad de cada uno, de ahí las expresiones abiertas de Rata frente a las cerradas de El Frases. Sabemos quién manda.
Y, cada cierto tiempo, Velmar nos regala unas páginas maravillosas al más puro estilo del cómic de superhéroes que aumentan la rapidez con la que ocurre todo.
No soy experta en literatura juvenil, pero creo que esta colección merece un estudio en profundidad. ¡Fantástica!