Me parece perfecto tu análisis, Carlota, de cómo el socialismo, tanto de derechas como de izquierdas, nos ha traído hasta este punto de aproximación al colapso en el que hoy estamos (remito a tus comentarios a mi artículo anterior). He echado el freno, sin embargo, en un lugar de tu exposición, por la que iba rodando sin apenas rozamiento, concretamente cuando dices: “Tenemos una Constitución socialista, no porque su texto impusiese el socialismo, sino porque lo permitía, y hubiera sido precisa una clase política de otra categoría para que no degenerase en el socialismo…”. Más he frenado para meditar que para contradecirte (como bien señalas, Alejo Vidal-Quadras, tú y yo estamos de acuerdo en esto). Me quedan a estas alturas pocas dudas respecto de que tenemos la clase política que nos merecemos; la encuesta de la Fundación BBVA vendría a ser una manera de legitimar mis correlativos temores. Hasta no hace mucho, estaba situado en el lado de allá de aquellas dudas, más inclinado a pensar que la perversa estructura política que tenemos atraía hacia ella a un tipo de políticos de baja calidad y, digamos que en el extremo (aunque también en la posición de interior, incluso de delantero centro), sesgados hacia la corrupción. Tendía, pues, a pensar que eso se debía a una coyuntural mala estructura y que la ciudadanía española no nos merecíamos a estos políticos.
Pero efectivamente, voy transitando hacia al lado de acá de las dudas, e inclinándome a pensar que esa ciudadanía española es el correlato de nuestra clase política, a pesar de su actual cabreo para con ella (en la encuesta del BBVA, de los 10 países estudiados, somos el país que peor califica la calidad de su respectiva democracia y asimismo a sus políticos, a distancia incluso de Italia, la siguiente). Y para confirmarlo, si nadie lo remedia, lo próximo que tendremos en el gobierno cuando los votantes acaben echando a estos inútiles de ahora, amenaza con ser todavía más socialista. Ahí tenemos a las Juventudes Comunistas, respaldadas por Cayo Lara, apoyando a Corea del Norte en el actual conflicto con Corea del Sur, y a este último haciendo lo propio con Hugo Chávez y su legado, así como con la Cuba de los Castro, para saber hacia dónde apunta el partido que más está creciendo en el actual río revuelto de nuestra política nacional (ver aquí). Y así seguiremos, me temo, hasta llegar al colapso, como tú bien dices, que es lo único que parece ser capaz de obligar a pensar que ese era un camino equivocado y que hay que ensayar el camino contrario, el de la responsabilidad personal. Ojalá que cuando lleguemos a eso haga efecto la vacuna que ya se inocularon los países nórdicos, Alemania y la Inglaterra posterior a Thatcher. Lo que no sé es si para entonces quedará organismo en el que pueda actuar la vacuna.
Pero entrando en la cuestión principal de tu exposición, la de las raíces de esa falta de madurez personal de los españoles que les predispone a buscar en instancias pseudopaternas la solución a su falta de vigor y de iniciativa ante la vida, yo me ratifico en pensar que el punto de inflexión principal que definió las cosas en este sentido se produjo en los inicios de la Edad Moderna, precisamente cuando irrumpió en Occidente esa gran potencia cultural que fue el humanismo, así como también el protestantismo (aunque las vías por las que discurrió este último hacia la responsabilidad personal me parecen sorprendentemente retorcidas; llego a entenderlas a través de los razonamientos de Max Weber, que a mí, en fin, sí que me seducen). Aquí, mientras tanto, los Austrias nos llevaron por un caminocontrario al de esa modernidad (creo que fue una desgracia cambiar de línea dinástica, que el azar impidiera seguir la de los Trastámara). En la encuesta de la Fundación BBVA, hay una clara diferencia entre países en cuanto a la percepción de su respectivo funcionamiento institucional, en el nivel de incidencia de la crisis, asunción de responsabilidades a nivel personal, asociacionismo, nivel de información… a favor de Dinamarca, Suecia, Países Bajos y Alemania, y en contra de Italia, Francia y España (ver conclusiones). Justo de la raya para allá y para acá que quedó marcada en los tiempos del humanismo y de la Reforma (aunque la misma encuesta delata también la fatiga de Europa como conjunto).
Desde esta perspectiva que propongo, el hecho de que la anti-moderna Inquisición española, como tú señalas, no necesitara de tantas víctimas como las que estas persecuciones ideológicas provocaron en otros países del entorno, lo que vendría a resaltar precisamente es la falta de vigor de nuestro humanismo, de nuestros reformistas y de nuestro pensamiento moderno en general. Como suele ocurrir en las dictaduras asentadas, la represión cumple un papel secundario, porque la población asume sin mucho trauma las directrices que imponen los dictadores. Aquí, después del aplastamiento de los Comuneros, la dirección alternativa a la que impuso el césar Carlos no dio mucho más de sí (lo cual no obsta para que, en mi opinión, tengas razón a la hora de considerar el abandono al que sometieron al Emperador en su lucha contra el turco).
Desde esta línea argumental que sigo, se explicaría también mejor aquel grito de “¡Vivan las caenas!” que los absolutistas españoles acuñaron cuando en 1814, en la vuelta del destierro del rey felón, Fernando VII, personas del pueblo que fueron a recibirle desengancharon los caballos de su carroza y se pusieron ellas a tirar de la misma. Por entonces se estaba produciendo en Occidente el otro gran punto de inflexión hacia la autorresponsabilidad individual, el que antes, en el siglo XVIII, había promovido la Ilustración, y ahora, a lo largo del XIX, protagonizaban los liberales. Ese impulso quedó aquí frustrado en buena medida (la Inquisición, precisamente, no se abolió en nuestro país hasta 1834, evidentemente que porque estaba en sintonía con lo que aquí ocurría, no porque tuviera una gran tarea represiva que realizar).
Y, según mi perspectiva, es, en fin, en ese mismo impulso absolutista y antiliberal tan boyante en la España del XIX en donde enraíza nuestra propensión colectivista, a la cual, yendo hacia atrás, se llega por la vía que nos desvió del humanismo y de la Reforma protestante en los orígenes de la modernidad, la misma, pues, que finalmente desemboca en este socialismo de derechas y de izquierdas que hoy sufrimos. Recordemos asimismo que nuestros nacionalismos tienen su precedente, explícito en el caso del nacionalismo vasco, en el carlismo, es decir, en la añoranza del estado premoderno, aquel que sobre todo rigió en tiempo de los Austrias, explícitamente reivindicado esta vez por los nacionalistas catalanes, donde las fronteras interiores (aduanas que lastraban el tráfico comercial entre unas regiones y otras, legislaciones diferentes en cada una de ellas, administraciones también diferentes…) eran la norma. Ese es, precisamente, el estado de cosas que nuestros nacionalistas centrífugos intentan elevar al nivel de categoría definitiva, esto es: intentan acabar de desbaratar nuestra larga marcha hacia el estado moderno. Es curioso: todos nuestros “progresismos” actuales (socialismos y nacionalismos) tienen la en realidad reaccionaria pretensión de desembocar en la frustración del impulso que, desde el Renacimiento hasta aquí, ha dado contenido a la modernidad.
Una modernidad que tú, que sigues tan amablemente lo que yo voy poniendo en este blog, sabrás que a mi modo de ver está llena de lagunas, y que, víctima de sus propias exageraciones (el olvido del zoon politikon, de la vertiente que da a la trascendencia hacia lo social, a lo cual tú mismo aludes), ha ido caminando también hacia su propio colapso. Colapso al que, en esta ocasión, se llega caminando hacia delante, no como este otro caso del que hablamos aquí, que se cierne sobre nosotros por el empeño en caminar hacia atrás.
A modo de coda, aludiré finalmente a esa misteriosa disputa entre César Vidal y Pío Moa que comentas. Yo, como resulta evidente, me inclino ideológicamente más hacia Vidal que hacia Moa, pero siempre he leído u oído a este último con suma atención, porque todo lo que escribe o dice me parece perspicaz e interesante. Nunca he llegado a entender aquella agresividad tan recalcitrante que Vidal manifestó hacia Moa y que acabó con este fuera de Libertad Digital.