Alejándonos por el momento de la polémica de quienes se llevaron la estuilla dorada, la ceremonia de premiación que vimos ayer fue otra más para la lista de mediocridades.
Por más que la Academia intenta reorganizarse cada año con presentadores que llamen la atención, aumentando el número de nominados, organizando elaborados números musicales y resucitando leyendas del cine; simplemente al final la ceremonia esta palideciendo ante la competencia de Los Globos de Oro y hasta de los Premios Tony. Tanta es la presión por parte de la cadena de televisión y los millones que recibe por retransmisión, que cualquier movimiento negativo en los ratings es considerado un fracaso.
El presentador de la noche Seth MacFarlane hizo lo que pudo dentro de su capacidad. El exigirle un nivel elevado de comedia (lo que sea que eso signifique) es pedir las perlas de la Virgen. Hizo precisamente lo que era esperado de él: brindar atención a los premios y sobretodo generar interés en el público adolescente que si ha visto una película nominada es considerado demasiado. El que su monólogo se haya extendido con su incesante pasión a Star Trek y la aparición inicialmente sorpresiva de William Shatner, o que varios de sus chistes no hayan funcionado del todo no es la sorpresa de la noche, si no la falta de identidad de unos premios que son considerados como el ejemplo a seguir y no viceversa.
Ayer no supe lo que estaba mirando entre tanto número musical que se sentía a ratos forzado y en otros como reciclando éxitos del pasado. Intentado copiar la exitosa fórmula de los premios Tony´s que celebran lo mejor de los musicales de Broadway, pensaron que con celebrar la música en el cine sería la fórmula requerida para entretener a la audiencia. Es cierto que me recordaron a instantes las notas musicales desde ET hasta El Padrino, pero llegó a un punto que en serio se volvió un hartazgo que en vez de ser los ganadores los protagonistas, estos se volvieron las víctimas de una orquesta que los interrumpía con la banda sonora de ‘Tiburón’.
En todo momento la entrega de premios paso a segundo término acelerando los discursos como si fueran una plaga y dando oportunidad a un Seth MacFarlane que de tres chistes uno era medianamente bueno. Esos discursos que al siguiente día aparecían en las primeras planas con emotivas fotografías de los ganadores, con escenas de llanto de alegría o por lo menos escuchando estupideces porque están tan nerviosos; fueron reprimidos al máximo. ¿Acaso se olvidaron que los protagonistas son los ganadores y no los presentadores?
Sin sorpresa alguna más que la de los medios de comunicación que se tragaron la aparición de Michelle Obama como algo inédito. Sin crítica alguna que de a conocer que este es otro intento más de los Oscars por ser relevantes, cuando anteriormente el ex-presidente Bill Clinton presentó Lincoln como mejor película en los Globos de Oro. Este espectáculo que tanto presumen de ser visto por millones de personas esta siendo rebasado por la competencia y la triste realidad es que en su intento desesperado están convirtiendo a los premios en un Frankenstein… lo peor de todo es que resulta ser musical.
Seth MacFarlane es lo de menos. El siguiente año será el turno de otro valiente para ver si pega.