Al hilo de la noticia del viernes, no os creais que la estupidez es patrimonio de los guiris. Noo, en absoluto, los sesudos investigadores hispanos también se han hecho merecedores de los Ig Nobel.
En 2002, Eduardo Segura, de la empresa Lavakan de Aste, en Tarragona, ganó en la categoría de “Higiene”, aunque no exento de polémica, por inventar una lavadora para perros y gatos.
En 2006, los investigadores Antonio Mulet, José Javier Benedito y José Bon, de la Universidad Politécnica de Valencia, y Carmen Rosselló de la Universidad de Islas Baleares, recibieron un IgNobel de Química por un estudio en el que analizaban las consecuencias de la velocidad ultrasónica y la temperatura en el queso cheddar
Y en el 2007 un estudio realizado en el Parque Científico de Barcelona recibía este premio en la categoría de Lingüística, Sus responsables, Juan Manuel Toro, Josep B. Trobalón y Nuria Sebastián-Gallés señalaban en el Journal of Experimental Pychology: Animal Behaviour Processes que las ratas a veces no distinguen entre los idiomas japonés y holandés cuando las personas hablan esas lenguas al revés.
Pobres ratas, a mí me pasaría lo mismo, me viene un japones o un holandes y aunque me hablen al derecho, juro por la virgencita de la patarrastra que no los distingo, bueno, si los miro si, porque me han dicho que los holandeses son bajitos y con los ojos torcidos, como con sueño y los japoneses, son altotes, rubiales y como en el segundo ensayo, huelen a queso cheddar.