En Europa habitan dos primates en estado salvaje, nosotros y el Macaco de Berbería (Macaca sylvanus) que vive en el Peñón de Gibraltar. La distribución de esta especie a nivel mundial está restringida a este pequeño enclave en el sur de la Península ibérica, donde viven unos 200 ejemplares, y a unos pocos lugares del norte de África. Según un artículo publicado en la revista PNAS (Modolo et al., 2005) y tras analizar el ADN mitocondrial de 280 individuos, los macacos de Gibraltar descienden de unos pocos ejemplares capturados en Marruecos y en Argelia que fueron llevados a la Península ibérica por los árabes entre los años 711 y 1492.
En el caso de los mamíferos, el ADN mitocondrial se hereda exclusivamente de la hembra, ya que es el óvulo el que transfiere las mitocondrias al embrión, porque en el momento de la fecundación el espermatozoides solo contribuye con su material genético. Por lo tanto, los estudios de ADN mitocondrial son especialmente útiles para estudiar la filogenia de especies con linajes matrilineales. En el caso de los macacos, al tratarse de especies que tienen un sistema social en el que las hembras permanecen en el grupo donde nacieron, mientras que los machos cambian de grupo al alcanzar la madurez sexual, el ADN mitocondrial es clave para estudiar los fenómenos de dispersión.
De todas formas, según señalan otros trabajos posteriores (Alba et al, 2018), el Macaco de Barbería pudo haber ocupado grandes extesiones de Europa durante el Plioceno, pudiendo haberse extinguido hace unos pocos miles de años debido a una combinación de causas, por una parte a cambios en el clima y también por la creciente presión antrópica.
En el caso de la población gibraltareña, su población se había reducido enormemente a mediados del siglo pasado, apuntándose que quizás la elevada endogamia de esa población estuviera afectando a la capacidad reproductiva de la especie. Alarmado por esta situación, en 1942, en plena guerra mundial, Winston Churchill, ordenó la captura de nuevos ejemplares en África para que fueran llevados a Gibraltar, ya que en ese momento solo quedaban 4 ejemplares en el peñón. Por lo que se ve, Churchill era muy supersticioso y no quería que se cumpliera la leyenda que decía que en el momento en que desaparecieran los monos de Gibraltar, el peñón dejaría de ser británico.