Una de las muestras de acercamiento al Reino Italiano, ahora dirigido por Benito Mussolini y su régimen fascista (con la presencia ceremonial, por otro lado, de un rey irrelevante e inservible, Víctor Manuel III), es la decisión del Pontífice de presentarse en uno de los balcones de la Plaza de San Pedro el día de su proclamación papal, algo que ninguno de sus sucesores se han atrevido a hacer en los 52 años anteriores.
Cierto es que uno de los pilares que constituyen la Italia fascista es su rechazo rotundo a cualquier religión (Mussolini siempre se ha declarado ateo); la Iglesia Católica, por otro lado, tampoco acepta el fascismo por su carácter violento y anti-religioso. No obstante, tanto la Santa Sede como la dictadura italiana necesitan del mutuo reconocimiento, y además la Iglesia considera la opción fascista como la "menos perjudicial" para sus intereses,antes que inclinarse por la incipiente corriente comunista. Es así como el 11 de febrero de 1929 se firman los Pactos de Letrán o lateranenses. El cardenal Pietro Gasparri, en nombre de Pío XI, y Benito Mussolini, en nombre del rey Víctor Manuel III, dan validez a un tratado que, entre otras cosas, reconoce a la Santa Sede como un sujeto de Derecho Internacional: aquí nace el Estado Vaticano. Con todo ello, Mussolini, a pesar de verse obligado a indemnizar al Papa por las pérdidas económicas sufridas en 1870, logra eliminar la "Cuestión Romana" y neutralizar toda posible oposición católica a su régimen.
A.E.P @Muajajan