La hermosa portada del libro.
Herta Müller. Premio Nóbel de Literatura 2009. ¿Qué más conocemos de ella? Acaso su descendencia rumana. Quizá que escribe en alemán, y hasta ahí. Traduje un cuento corto para Con-fabulación semanas atrás e internándome en su literatura, descubrí una voz pura e inconfundible en las letras europeas. Es curioso lo que voy a afirmar, pero cierto, según mi apreciación: lo que Müller manifiesta en su obra, es lo que ningún colombiano a logrado expresar verdaderamente bien, y es el desposeído, el desplazado. El que lea atentamente El hombre es un gran faisán en el mundo o En tierras bajas, lo entenderá. Aparece publicado Los pálidos señores con la taza de moca. Dicen algunos que es una obra desgarradora. La nota en El cultural:
Müller es una mujer con un secreto. Tiene aspecto de gato misterioso: discreta, inquisitiva, enormes ojos verdes. Rumana de 56 años, su presencia es imponente y elusiva. Parece saber muchas cosas importantes: las que enseña la libertad restringida. Müller conoce la censura intelectual, la persecución política, pero también la voluntad de resistencia que ha hecho su obra merecedora del Nobel de Literatura 2009. Como miembro del Aktionsgruppe Banat, Müller le dijo a Ceaucescu aquello de por encima de mi cadáver. Como miembro de la civilización contra la barbarie, ha escrito en prosa y en verso la historia de Europa en el siglo XX: nunca antes la humanidad había producido tantos héroes, porque nunca antes había producido tantos tiranos. Müller inmortaliza a las víctimas como guerreros sin armas, con coraje, siempre dignos en medio de un horror que nos queda demasiado cerca para parecernos real. En 2010, los europeos compramos, hacemos turismo, somos felices. No recordamos que hace cien años aún existía inocencia en este continente. Antes de Hitler, antes de Stalin, antes de [inserte nombre: hay donde elegir]. Para eso necesitamos a Herta Müller: para no olvidar.
Con el alemán como lengua materna, Müller hace de la alienación un arte. Kafkiano hasta la médula, Los pálidos señores con las tazas de moca no es un libro: es una experiencia. En la página de la derecha, encontrará usted los collages originales: palabras curiosamente tímidas, recortadas de aquí y de allá, variopintas en color, tamaño y fuente. Cada una está aislada de la anterior y la siguiente por una distancia insalvable: su origen, su tipografía, su significado. Acostumbrados a la linealidad homogénea de la letra impresa, nos duelen los ojos, no logramos enfocar ni comprender a la primera la visión poética que forman las piezas del puzzle. Más aún, las palabras vienen acompañadas de ilustraciones entre la tira cómica y los delirios de Magritte, como fragmentos de una realidad inconexa e incoherente. Se transgreden los derechos de copyright incorporando al poema artículos de enciclopedia sobre los albaricoques. Todo en la poesía de Müller está roto. Peor todavía: es irreparable. A la izquierda, puede usted leer cómodamente la versión española de esta locura. Pero no nos engañemos: la literatura está en las páginas impares.
Uno de los beneficios colaterales de los poemas-collage de Müller es la desautomatización de sus versos. Más que convivir, palabras e imágenes se invaden, se roban el aire. A pesar de la aparente arbitrariedad, la poeta manipula con precisión este complejo sistema semiótico, generando significados superpuestos. A la rumana no se la lee: se la reconstruye. Y ese proceso comienza en la página, pero se desarrolla y culmina en nuestra cabeza: “En ningún sitio una rama de albaricoque/ la noche alimenta al perro / de alquitrán casi como si mi/ falta fuera” requiere ser comprendido más allá de la duda razonable. Esto es especialmente cierto en el tratamiento de las metáforas: lejos de usarlas como recurso retórico, Müller las integra de manera consustancial en la materia de su poesía, hasta el punto de hacernos vacilar sobre su naturaleza. Todas las leyes de la similitud son violadas en los versos “en la cabeza hay un miedo como/ una borla de lilas en caso de que ella/ no se mantenga desde una perspectiva neutral/ me caiga aquí en la calle alquitranada seré/ como ella dice/ la teoría del dominó”. El sentido, sin embargo, permanece intacto. Lo que nos hace preguntarnos por la necesidad de que existan leyes de similitud en absoluto.
Müller exige de nosotros un compromiso incondicional con la causa de la imaginación. Ante su poesía, suspendemos nuestra incredulidad y admitimos que no existen las casualidades, que esa palabra anómala es la que Müller buscó, aunque parezca que la palabra la encontró a ella: “Todas las tardes llamo a su puerta mi vestido/ puedo dejármelo puesto así no puede tocarme/ donde yo no quiero él se pone desnudo/ y me mira como cal y alquitrán”. Se trata de un discurso torrencial que evoca la corriente de conciencia del modernismo de Joyce o Wolf, con callejones sin salida, razonamientos laberínticos y senderos que se bifurcan: una alegoría de las circunvoluciones de nuestro cerebro y de los a-ninguna-parte de nuestros pensamientos. Son poemas in medias res, cuyo principio y fin debemos deducir a partir de nuestra propia realidad. Al no ser más que papelitos pegados unos detrás de otros, las palabras de la rumana se permiten licencias como la supresión de la puntuación, potenciando huecos textuales que cada lector rellenará a voluntad para crear su propio poema Müller. Y cuando la puntuación sale por puerta, otros síntomas de cobardía (como las pausas o las mayúsculas) saltan por la ventana, dejando un inmenso espacio vacío en el que unos se aburrirán, otros se perderán y muchos se quedarán a vivir para siempre. Frente a la poesía estática y unidimensional, Müller concibe estructuras universales, de interpretación plural, donde todos somos bienvenidos.
Etimológicamente, la palabra texto quiere decir tejido. El de Müller es poroso, evasivo, lúdico. El mundo que en él se nos narra está limitado por fronteras difuminadas, participa del sueño y de la consciencia, está habitado por perros, sombreros y gente sencilla pero no por ello menos fascinante. Es un mundo que respira, agoniza, protagoniza la historia de occidente. Si tiene usted la generosa paciencia de releer las citas de nuestra reseña, comprobará que un elemento recurrente en Müller es el alquitrán. Esta reiteración tiene algo de simbólico: la poesía de la rumana también es densa, oscura, pegajosa, sin una fórmula magistral que explique todos sus compuestos. Los pálidos señores con las tazas de moca es poesía de denuncia social como nunca la habíamos conocido: en medio de la mediocridad cultural decretada por el poder político, en el corazón mismo del miedo al Estado, hierve una comunidad que se resiste a ser deshumanizada por hambre, amenaza o silencio. Testigos de lo que significó ser europeo en el siglo XX, Klaus, Lili, el relojero Andrei o el enigmático señor Humo son hombres y mujeres que no se conforman con el destino que otros les imponen y viven vidas únicas, fieras: “Nieva los/ zapatos van dos a dos la/ plaza está muerta muerdo con/ el ojo en el pan blanco”. Hace menos de dos siglos, John Keats enunció que la belleza es la verdad. Hace menos de 40 años, Yuri Lotman reescribió ese verso proclamando que la belleza es información. Herta Müller les da la razón a ambos. Europa es pura tragedia: conocer su historia, una catarsis. Ésta es poesía de una belleza insoportable. Ésta es la verdad de lo que somos.