Es sólo un juego de palabras para desengrasarme tras la feliz vuelta al trabajo y para volver a hablar de lo cotidiano. Pero el titular tiene marea de fondo, porque alguno de los más de 4,6 millones de españoles parados se molestará y me dirá que me vuelva por donde vine, que me guarde las gracias donde me quepan y que muy bajo he caído si además se me ocurre hablar del síndrome postvacacional. Por eso pongo el cartel de no molestar y vayan mis disculpas por anticipado.
Pero es que desgraciadamente hay ‘otros’ desempleados que ya se han cansado de moverse y se han quedado quietos. Y han dejado de asistir cada día a la oficina de empleo de su barrio para pescar alguna oferta. Y han dejado de mandar currículos. Y han dejado de creer en reformas laborales. Y en sindicatos. Y en empresarios. Y en bancos. Y hasta en lo más sagrado.
Y a tanto llega su desesperación que prefieren un mal subsidio de desempleo a un mal trabajo. Prefieren 426 euros al mes de regalo (este importe se cobra una vez agotado el derecho a la prestación contributiva por desempleo), más unas chapuzas sumergidas por aquí y otras por allá, a frecuentar la cola del paro.
Y por eso rechazan ofertas de trabajo que ‘no son de los suyo’. Y yo entiendo el fondo moral de la cuestión pero, con el bolsillo colectivo agujereado, la única patria admisible es la del esfuerzo individual. Por eso alguien debería explicarles a los socorridos desocupados que un trabajo ‘que no es de lo suyo’ es mejor que un subsidio público ‘que sale de lo nuestro’.
Es un simple recuento de solidaridad porque el perverso Estado del Bienestar no da para más, y las ayudas al desempleado (que ya suman más de 30.000 millones de euros al año) sólo deberían llegar a aquéllos que buscaran empleo intensamente las 24 horas del día. Para aquéllos que estuvieran dispuestos a trabajar, aunque fuera de primera figura de cabaré. O de suplente temporal del reponedor de supermercado. O de profesor que enseña a hacer las oes con un canuto.
De otra forma estas prestaciones, y los posteriores subsidios regalados, no son más que un fraude de unos a otros. Y es cierto que la legislación española ya establece que los beneficiarios de las prestaciones por desempleo están obligados a buscar ‘activamente’ un empleo, pero algo no funciona correctamente cuando en 2009 sólo 1.450 personas sufrieron la retirada de su prestación como castigo a su pasividad.
El problema principal es la falta de trabajo, cierto, pero el sistema de incentivos a la sopa boba debe endurecerse y, de paso, habría que tener más pudor con el deporte del despilfarro y de regalar lo ajeno. Por el bien de todos.