Revista Cultura y Ocio

Los parajes de Samantha Schweblin

Publicado el 22 septiembre 2011 por 500ejemplares

Los parajes de Samantha Schweblin

Samantha Schweblin construye cuentos que se balancean entre la incertidumbre y la sorpresa. A Schweblin le gusta pisar los fangosos terrenos del absurdo, explorar cierta oscuridad humana, pero también apuesta por el humor negro ante situaciones ridículas de la convivencia humana. Algunos de sus cuentos podrían ser bastante oscuros; sin embargo, hay algo soterrado que los rescata de una absoluta oscuridad ¿acaso es el humor mudo y siniestro que muerde a sus personajes o el propio desdén de los mismos, la sequedad con que enfrentan el absurdo? La furia de las pestes (La  Habana: Casa de las Américas, 2008) es un libro asaltado por personajes ásperos y situaciones poco convencionales, cuyos entramados se desarrollan en lugares remotos y sin nombre. La estepa, un pueblo de mineros, la frontera, parajes de rutas son parte de los paisajes usados por Schweblin para hospedar sus relatos, algunos de éstos están salpicados por rasgos fantásticos, como “Bajo tierra”, “El hombre sirena”, “Conservas”, “Mariposas”; otros contienen un mal latente como “El cavador”, “En la estepa”, “Irman”, “Hasta encontrar a Harry”, “La furia de las pestes”, y algunos otros son más convencionales, relajados, con ráfagas de humor: “Papá Noel duerme en casa”, “Cosas que se tiran” “Las medidas de las cosas”; estos  últimos cuentos, ciertamente le dan al libro el respiradero para relajar la densidad de buena parte del resto del conjunto.

Las atmósferas empleadas por Schweblin le son propicias para contar historias desasistidas de la rigidez de lo real, sus historias están mucho más arrimadas hacia el abismo de lo no tangible. Esa especie de “vacío” geográfico, de inexactitud temporal, esa órbita de personajes afantasmados y repentinos logran que sus cuentos anclen en parajes rulfianos y kafkianos. Pienso, sobre todo, en los relatos “El cavador”, “En la estepa”, “Bajo tierra” y “La furia de las pestes” en estos relatos transpira una sospechosa desolación:

 

Pero por primera vez, frente a ese pequeño pueblo que se hundía en el valle, Gismondi percibió una quietud absoluta. Vio las casas, pocas. Tres o cuatro figuras inmóviles y algunos perros echados sobre la tierra. Avanzó bajo el sol del mediodía. Cargaba en sus hombros dos grandes bolsos que, al resbalarse, le lastimaban los brazos y lo obligaban a detenerse. Un perro levantó la cabeza para verlo llegar, sin levantarse del piso. Las construcciones, una extraña mezcla de barro, piedra y chapa, se sucedían sin orden alguno, dejando hacia el centro una calle vacía. Parecía deshabitada, pero podía adivinar a los pobladores tras las ventanas y las puertas. No se movían, no lo espiaban, pero estaban ahí. (“La furia de las pestes”, 97).

En cuentos como “Irman” y “Hasta encontrar a Harry”, si bien la atmósfera enrarecida dentro de la cual suceden las historias, refuerza la carga siniestra de dichas historias, la fuerza principal de los relatos reside en la “extrañeza” de sus personajes. En “Irman”, dos viajeros de carretera llegan sedientos a un parador vacío que es atendido por un sujeto demasiado petiso, el cual, supuestamente, era asistido por una mujer gorda, pero ahora ella está, pero no está… En adelante, lo que era un simple acto de detenerse a comer y beber algo en un paraje de carretera, se saldrá de control y los recién llegados tendrán que inventarse salidas: “La mujer estaba en el suelo, parecía un gran animal marino dejado por la marea. Aferrada en la mano izquierda un cucharón de plástico” (9).

Abel y Griselda, los padres de Harry, harán todo lo que esté a su alcance para encontrar a su hijo en “Hasta encontrar a Harry”, todo, hasta lo que está en contra de su propia búsqueda: “Ella no perdió tiempo, se montó sobre él y recibió el golpe. Él apenas movió las piernas. Antes de cerrar los ojos quiso decir algo, pero no pudo” (93).

La furia de las pestes es un buen comienzo para acercarse a la autora de Pájaros en la boca y El núcleo del disturbio, al leer estas furias el lector, que no haya leído anteriormente nada de la escritora argentina, recibe una primera mordida que puede despertar la curiosidad por las otras ficciones de Schweblin. Los mejores aciertos de La furia de las pestes son aquellos cuentos en los que la incertidumbre narrativa se sostiene hasta el final. El punto débil lo viene a constituir un cuento como “Mariposas”, que desluce dentro del conjunto. “Mariposas” es un relato que bien podría salir volando del libro, para que La furia de las pestes adquiera una mayor fiereza.

 

Carolina Lozada

Ilustración: Gabriel Sainz


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