La crisis económica y los fastuosos privilegios y ventajas de los dirigentes políticos están convirtiendo a la política en el sueño de millones de jóvenes sin empleo y sin futuro, que no ven otra salida a sus vidas que afiliarse a un partido, someterse a los dictados del jefe, hacer la pelota hasta el cansancio a los que mandan, pegar carteles y obedecer sin rechistar hasta que es llegue la hora de ocupar cargos públicos y resarcirse entonces de las humillaciones y sometimientos degradantes padecidos, gozando de dinero abundante y de privilegios únicos.
Esos jóvenes suelen incorporarse a los partidos sin espíritu amateur alguno y sin un gramo de generosidad, entendiendo la política no como un servicio transitorio a la sociedad, sino como una verdadera "profesión" que dura toda una vida. Son gente que quiere "hacer carrera" en política, auténticos cachorros de políticos profesionales, algo incompatible con la verdadera democracia y, posiblemente, el germen del peor drama del liderazgo mundial en los tiempos modernos.
El problema es que los partidos, en ese caldo de cultivo dominado por el sometimiento, el verticalismo y la ausencia de debate y de cualquier rasgo de democracia, no son capaces de forjar líderes, ni siquiera a gente mínimamente preparada para desempeñar cargos de responsabilidad en la gestión pública democrática. Nuestros partidos políticos son inmensas fábricas de mediocres y enormes contenedores donde se reciclan personas que, generalmente carecen del talento suficiente para destacar en la economía de mercado, en la enseñanza o en cualquier otro sector de prestigio.
La ministra de sanidad de Hamburgo, al culpar injustamente a los pepinos españoles del drama que padece Alemania, arruinando la industria hortofrutícola española y de otros países, ha demostrado que los partidos políticos fabrican mediocres para gestionar el poder y que su mayor mérito para ocupar ese cargo ha debido consistir en los carteles que ha pegado, en los favores que ha hecho y en las interminables horas de sometimiento a los "jefes" de su partido que ha regalado.
Cientos de pensadores políticos en todo el mundo han demostrado hasta la saciedad que los partidos políticos son fraguas incapaces de forjar los dirigentes que la democracia necesita. De ese ambiente de sometimiento y de falta de debate, donde la verdad está prohibida, la libertad oprimida, la imaginación aplastada y la creatividad escondida, sólo pueden salir políticos incapaces de entender la democracia y menos aún de gobernar a un pueblo de hombres y mujeres libres.
Los expertos saben que la mejor forma de extraer el talento de un grupo no es a través de la disciplina y el consenso forzado, sino de la discrepancia, del debate y del intercambio libre de ideas y propuestas, algo imposible de imaginar en los partidos. Se ha comprobado que las mejores decisiones colectivas son producto del desacuerdo y de la polémica.
En uno de los párrafos de mi libro "Políticos, los nuevos amos" (Almuzara 2007), afirmo: "La política del poder ha sustituido a la política de las ideas, lo que impide que la política actúe como un instrumento de transformación basado en la razón y la ilusión.... Los partidos políticos no son democráticamente y ni siquiera son organizaciones inteligentes y eficaces..."
Quien no crea que los partidos no son fiables ni útiles para la democracia que analice el suicidio político que está protagonizando en España un partido político como el PSOE, que parecía serio y decente, incapaz de mandar al basurero de la historia a un dirigente como Zapatero, con todo su gobierno, que no sólo han hundido a su partido sino que han causado a España daños que durarán décadas y que tendrán que pagar con dolor y pobreza las próximas generaciones.
Es difícil pensar que Alemania pueda combatir con éxito la que podría ser la peor epidemia del siglo XXI, propagada por una bactaria e-coli intratable y resistente que, probablemente, ha sido incubada en un hospital alemán, con políticos de partido, de la talla de la responsable de sanidad de Hamburgo.