Revista Opinión

Los partidos políticos son el 'enemigo público número uno' de España

Publicado el 17 octubre 2012 por Franky

Tienen razón y aciertan los ciudadanos al rechazar a los partidos políticos y al considerar a la clase política española como el tercer gran problema del país. El porcentaje de los que consideran la política como uno de los tres mayores problemas de España no para de crecer y supera ya el 27 por ciento. Algunos expertos señalan que situar a los políticos como tercer gran problema del país equivale a colocarlos como el primero, ya que los políticos son los responsables directos de los dos primeros: el desempleo y la situación de la economía.
Casi todo el país, con mas o menos intensidad, critica y rechaza a los políticos, pero los partidos, demostrando que son organizaciones podridas e incapaces de conectar con la ciudadanía a la que dicen representar, no se dan cuenta. Su tozudez, su antidemocracia, su esencia corrupta y su capacidad para hacer daño y destruir han convertido a los partidos políticos en el mayor obstáculo para el progreso de España y en el enemigo público número uno de la ciudadanía.
Más de 200.000 empresas españolas han cerrado porque los polítiticos que gobiernan no les pagaban lo que les debían, lo que convierte a la clase política en la mayor asesina del tejido productivo en toda la historia de España. Han sido tan torpes, arrogantes, incumplidores de las leyes y obtusos que han creado o alimentado todos y cada uno de los grandes probkemas que padece la España actual: desde el nacionalismo, que era residual a la muerte del dictador pero que ellos han convertido en una marea independentista, hasta la destrucción de los valores, la degradación de la democracia, la elevación de la mentira y del engaño a la cúspide de la política de Estado y la creación de una nación que hoy es considerada como el mayor problema de Europa, plagada de desempleados, de nuevos pobres, de gente triste y de ciudadanos sin confianza en sus líderes ni esperanza en el futuro.
Han incumplido la Constitución y la han interpretado a su capricho, convirtiendo la descentralización autonómica en una amalgama de reinos de taifas y de cortes lujosas e insostenible, cada una con su propio gobierno, ministros, parlamentos, defensores del pueblo y, en algunos casos, hasta con embajadas y estructuras económicas paralelas.
Han introducido la corrupción, que anidaba y florecía en los partidos políticos, en las instituciones del Estado y han utilizado el dinero público para beneficiar a los amigos y aplastar a los adversarios. Han creado un Estado insostenible, tan lleno de enchufados, casi todos familiares y amigos del poder, que hoy es insoportable e hiriente y que constituye el gran lastre de España, con un peso que impide al país despegar y crecer. Han trucado concursos publicos, robado, aplicado la ley con arbitrariedad, falseado oposiciones oficiales, falseado documentos, extorsionado y corrompido las transaciones e inversiones públicas, convirtiendo al país en un caldero de sinvergüenzas y de canallas provistos de salvoconducto oficial.
Dentro de ese mal de estupideces, errores, injusticias, abusos y desmanes, hay tres fechorías realizadas por los políticos españoles que claman al cielo: la primera es la destrucción sistemática de los grandes valores, poblando el país de delincuentes activos y potenciales, de corruptos, de aspirantes a poder robar, de borregos sometidos y dependientes del poder, mál educados y con alma de esclavo, propensos al fanatismo y al odio. La segunda es haber asesinado la democracia, transformándola en un "regimen" de facto que, al margen de la Constitución, es el que domina la política española, más próximo a una dictadura de partidos que a una democracia real, un sistema carente de ciudadanos en el que el político campea sin controles ni frenos, operando con una despreciable y anticívica impunidad no escrita pero real. Han sometido a los poderes básicos del Estado hasta el punto de que los partidos controlan el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial. Han engordado el Estado sin prudencia y con una frivolidad obtusa, llenándolo de asesores, enchufados, familiares y amigos del poder. Por último, han tergiversado la voluntad del pueblo y del legislador convirtiendo el Estado Autonómico en 17 pequeños Estados, arrogantes, cuajados de instituciones inútiles y de empresas públicas y departamentos duplicados y triplicados, con parlamentos que dictan una lluvia ridícula de leyes que siempre dicen lo mismo. La tercera gran fechoría es haber inundado el país de una forma corrupta de proceder desde el poder, expandiendo la corrupción, como si fuera un virus, hasta los últimos rincones de la sociedad, destruyendo el alma de los españoles y haciendo del país en lider demundial de todo lo grotesco y vulgar: tráfico y consumo de drogas, blanqueo de dinero, trata de blancas, baja calidad de la enseñanza, fracaso escolar, inflación de coches oficiales, desprecio a los políticos, divorcio entre ciudadanos y políticos y un largo etcétera que ha convertido a España en un "país pocilga" y necesitado de ayuda internacional, motivo de honda preocupación para la comunidad mundial.
Concebidos para hacer valer ante el poder político los deseos y demandas de los ciudadanos, los partidos políticos, que en teoría deberían estar situados a medio camino, entre los ciudadanos y el poder gobernante, han abandonado al pueblo y se han apropiado del Estado. Para ellos era más rentable, aunque también mas sucio, antidemocrático y vil. Han preferido el poder y los privilegios al servicio y se han atrincherado en la ignominia. La endogamia, la corrupción, la falta de democracia y el ansia de poder han convertido a los partidos políticos españoles en gigantes egoístas, sordos y ciegos, incapaces de ver o escuchar los deseos y exigencias del pueblo, que en democracia deben ser atentidos. Mientras la mayoría de los españoles rechazan ya el sistema autonómico abusivo, los partidos, habituados a imponer sus intereses al bien común, quieren mantener el decrépito y descontrolado Estado Autonómico español, transformado ya en una fuente de insolidaridad, disgregación y enfrentamiento. Tampoco son capaces de percibir el inmenso alcalce del rechazo popular a los políticos, que atribuyen, con una ceguera tan estúpida como temeraria, a la crisis y a los recortes y esfuerzos impuestos desde el poder. Ni siquiera son capaces de ver que el pueblo, cada día con mas unanimidad, los señala ya como enemigos de la nación y del progreso y los identifica como el mayor obstáculo para la regeneración del país.


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