Revista Cultura y Ocio

Los peces de la amargura, de fernando aramburu

Por Ada

Hace un año leí Los peces de la amargura. Mirando el resumen en la contracubierta del libro, lo abrí para ver si había una dedicatoria y la había. No pude resistirme a ella: Dedico este libro a la impureza. Hace unos días lo he vuelto a leer.


El libro consta de diez relatos que giran en torno al problema social y político que vive Euskadi. Se pueden distinguir tres puntos de vista en la narración: las víctimas de ataques terroristas, los familiares de esas víctimas y los familiares y presos etarras. El tono narrativo es frío, de palabras exactas, sin grandes retóricas, humildes como los personajes que se mueven en el entorno que se describe, precisamente ahí reside su fuerza. Ese tono duro, sin sentimentalismos, es necesario para no crear lazos, para no perderse en la fuerza del tema. El autor nos transmite el miedo, la angustia, la desolación en la que viven a diario muchas personas. Nos vamos arraigando en las rutinas a ritmo de palabras en euskera que traduce al final del libro en un glosario


Este libro me ha hecho pensar en lo incómodo que nos resulta mirar hacia el dolor, lo hacemos con cierta ‘costumbre’ mientras pasamos página al periódico o cambiamos la televisión de canal para que ‘el problema’ no pueda desgastarnos. Es más fácil mirar hacia otro lado, duele menos que algo o alguien que mata gente y que hiere los afectos de otras personas.


He descubierto que cada relato tiene una ventana, sí, es una ventana sencilla desde la que mira el protagonista de la historia. Todos los relatos, sin excepción (comprobado), tienen su ventana desde la que se observa el dolor, la desesperanza, la humillación, el recuerdo, el rencor, el odio, el silencio, las miradas escondidas y esquivadas, los saludos negados, las palabras que se gritarían y se hacen mudas y se tragan para que nadie puede oírlas. Una ventana desde la que se oculta la cobardía, el miedo a tender una mano, a la generosidad que ha sido anulada.


El libro es un testimonio de dolor y sufrimiento, un espejo donde se refleja la frialdad con que muchos contemplan ese dolor y ese sufrimiento. Relatos cargados de tristeza, egoísmo, heridas difíciles de cicatrizar, el miedo terrible a decir lo que se piensa y se siente. Crear distancia para mantener a raya los sentimientos, que no delaten, que no traicionen, que nadie sepa lo que lesiona por dentro. Miradas que acarician pero que huyen. Lágrimas, infinidad de lágrimas. Vivir a escondidas, en la sombra, al menos eso garantiza cierta paz. Muy alto el precio a pagar. Ventanas cerradas desde las que se mira pasar una vida que no se eligió.


Es un libro triste, demasiado triste porque grita una verdad.


Hace un tiempo, el "Diario Vasco" de San Sebastián publicaba una entrevista en la que Aramburu, entre otras cosas, decía:

" A mí me gusta el mestizaje, Me gustan los hombres capaces de dudar y de disentir, si hace falta, de sí mismos. Me gustan los que admiten con gusto las diferencias y sus propios errores, los que no se pegan como lapas a un ideal, los escurridizos a las definiciones, los que no ponen bombas para quedarse a solas con sus ilusiones utópicas, los que no tratan de construirse un paraíso con sangre ajena."

En otro momento de la entrevista, le preguntan si vivir en Alemania desde hace dos décadas "es una ventaja o un inconveniente a la hora de analizar lo que pasa en Euskadi".
" En Alemania he visto lo terrible que es para una sociedad soportar el peso constante de la culpa colectiva. A mí me impresiona mucho constatar que la vergüenza por el pasado de la propia nación afecta asimismo a las generaciones que aún no habían nacido cuando imperaba el nazismo. Lo quiera o no, al nacionalismo vasco lo acompañará durante largo tiempo la sombra de las víctimas causadas con el pretexto de construir una patria vasca. De ahí la utilidad histórica del perdón. Claro que, hoy por hoy, no se ve en todo el ámbito vasco de decisión una pizca de humildad."

María Jesús Silva


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