Revista Libros
No hay muestra mayor de confianza que poder tirarse pedos en la cama con total libertad.
Dejaros de gilipolleces, es más importante que tener la clave del otro en las redes sociales, que el poder visualizar los whatsapps, que el poder comprobar en sus tarjetas que vuestro cónyuge no ha viajado a Canarias por motivos laborales, que el mear delante del otro en el baño... nada, nada es síntoma de confianza mayor que el poder liberar gases en la cama.
¡Ojo! no digo en la casa, no digo viendo la tele con el ruido cómplice y encubridor de los disparos de la metralleta de Chuck Norris, digo en el silencio radical y chivato de una alcoba.
Esto no tiene mérito cuando las parejas llevan 30 años juntas. Mientras una lee a Megan Maxwell y el otro comprueba las actualizaciones de su equipo de fútbol en Twitter se pueden emanar gases, incluso los ruidosos, con la indudable seguridad de que la pareja no se quejará, incluso puede que sonría, incluso puede que emule tal acto de cariño que será bien recibido por todos menos por la capa de Ozono.
La cosa cambia si es una primera cita y has tenido suerte.
La mujer a la que entraste con la excusa de que eres poeta ha tenido a bien besarte y aceptarte ese ron con cola. La cosa se calienta y te lleva a su casa.
Al pasar por la puerta maldices la idea de haber cenado morcilla, de haber comido coliflor y de no haber dejado de ingerir bebidas espirituosas en toda la noche. Tu poca fe será tu condena.
Minutos atrás el "ciego" había tapado tus limitaciones y solo veía ventajas en la posible cópula. Piensas que el tema primordial es "hacerlo".
Camino a casa de la bella doncella descubres que tu tripa es mayor de lo cotidiano, tu culo bloggero sostiene a duras penas esa panza poco discreta. Tapas con la bufanda el máximo espacio corporal para que no haya arrepentimientos y te quedes en el portal llorando errores triviales.
El estado ebrio de tu acompañante, similar al tuyo, minimiza daños y no se fija en otra cosa que no sea en tu mirada y tu paquete. Avales que puedes mantener durante unas horas como estimulantes.
Al desnudarte en su cuarto notas que algo falla, lo esperas, pero ahí aparece. Vas al baño, toses con fuerzas en intentas liberar la mayor cantidad de pedos que puedes con la estúpida teoría de que vaciarás el recipiente, la caja de los truenos.
Si hay radio la pones con fuerza.
Una vez a los pies de la cama ves que ella tiene un encaje precioso color marrón, color que puede ocultar posibles fugas. Una sonrisa lerda se pone en tu cara. Dura dos minutos, lo que dura esa lencería en su cuerpo.
Estáis los dos desnudos, os besáis con fuerza, tu intentas mantener una erección potente y el horno caliente, te relajas, el esfínter se relaja y ¡¡¡PRUMMMMMMMMMMMMMM PAM PAM PAM!!!.
Una ráfaga de pedos malolientes e indiscretos salen sin control de tu culo. Dejas en pobre juego de niños La Mascletá.
La chica no puede evitar sentirse atacada por esos gases con olor a morcilla y pega un salto para atrás con cara de asco, salto que casi provoca que se desnuque con la mesilla de noche.
Tú, rojo de vergüenza y flácido, bajas la cabeza, recoges tu ropa, te vistes rápido y te disculpas.
Ella, moviendo con virulencia las sábanas, te mira con desprecio sin emitir palabra.
A los cinco minutos estás a la puerta de su casa, intentando abrir su portal por dentro, moviendo todos los pestillos de la puerta y sonriendo a una cámara de seguridad que te enfoca con descaro.
No te queda más remedio que subir de nuevo a su casa, con la cabeza agachada, disculpándote por tu incapacidad y ella te señala un interruptor donde al pulsarlo se abre la jodida puerta.
Caminas unos metros triste, lentamente...
Una voz te llama desde un balcón, te resulta conocida. Es una lectora de tu blog que se refiere a ti por tu nombre de pila y te dice que si quieres acompañar su soledad con versos y ginebra está dispuesta...
Le das tu móvil y te excusas diciendo que al día siguiente te levantas temprano para escribir.
Nunca te llamará.