Todos, alguna vez, hemos consumido algún tipo de medicamento, bien para curar un dolor agudo o una enfermedad leve. Sin embargo, lo hemos hecho sin prescripción médica, siguiendo nuestro propio instinto o intuición. A esta práctica, demasiado extendida entre la población adulta, se le llama: automedicación.
El acceso a la automedicación está motivada por numerosos factores. A veces, algunas personas que no quieren pagar una consulta médica, deciden curarse por sí mismos, y con sus propios medios.
Otras personas se automedican porque estiman que ir al médico no está justificado en función de la levedad de la enfermedad que están padeciendo. Ese es el caso, por ejemplo, de los resfriados, la tos, o los dolores de cabeza. En esos casos, las personas van al farmacéutico y compran un analgésico, jarabe, o pastilla para aliviar los síntomas de su mal.
En otras palabras, la automedicación concierne a aquellas personas que no tienen tiempo de ir al médico. Sin embargo, la automedicación puede causar ciertos males. Por ejemplo, nos podemos equivocar en el diagnóstico: una simple tos puede esconder ciertos problemas gástricos desconocidos, y ese retraso en el diagnóstico acertado, puede agravar la situación.
Por otra parte, la ingesta de ciertos medicamentos despachados sin receta médica, puede inducir a una serie de efectos secundarios bastante nocivos, en el caso de sufrir hipertensión, o diabetes. Las sobredosis, sin prescripción médica, puede igualmente provocar efectos graves en algunos enfermos.
Las personas que se automedican suelen desconocer la toxicidad de algunas medicinas. Otro de los peligros de la automedicación es la ingesta de algún tratamiento sin prescripción, porque puede llevarnos a una agravación severa de ciertos males, en vez de curarlos.
Finalmente, la automedicación puede provocar una dependencia a ciertos medicamentos, convirtiéndolos en una droga de la que ya no podemos prescindir.