Apenas una semana después de casados, al parecer la esposa empuja al marido cuando se encontraba proximo a un barranco, ocasionándole la muerte, prueba evidente que el amor mata, y no solo de gusto. Decían, al parecer, los amigos del novio, que pese a estar perdidamente enamorado de su señora, el sentimiento no era recíproco, y tal vez de esos polvos llegaron estos lodos, porque a la muchacha le sonó excesivamente largo eso de que hasta que la muerte os separe y decidió unilateralmente y sin el consentimiento del interesado, acelerar un poco el proceso. El chico, de veinticinco años de edad, no tuvo tiempo de probar la amargura del desencanto, el tedio de la rutina, apagarse la llama de la ilusión; mucho antes de que todas esas cosas sucediesen, le presentaron a Dios antes de tiempo porque la mujer con quien había decidido compartir su vida lo empujó a un precipicio sin fondo. Si existe un más allá, mirará a la muchacha con más sorpresa que pena por haber pasado a mejor vida.