Revista Cultura y Ocio
Nuestro protagonista, como tantos cantantes del S. XX, dio sus primeros pasos en la música como niño contralto. Lo particular del caso es que aun después del cambio de voz el timbre de Peter Schreier nunca perdió una enojosa y amanerada blancura de niño cantor. Uno podría pensar en una especie de Peter Pan que se negó a crecer. Detrás de esa anomalía, sin embargo, no había nada mágico, sino una emisión que no parecía estar basada más que en una especie de falsete - plano y descolorido - abombado de manera que además se añadía un agrio color gutural. Al llegar a la zona de paso la inconsistencia de esta adulteración quedaba aún más al descubierto; ignorada la necesaria cobertura, desde ahí cualquier ataque en forte a un simple la agudo resultaba en un sonido paupérrimo, estridente y lastimosamente abierto. Por mucho que uno busque no encontrará en las grabaciones de Schreier una sola nota bien timbrada, robusta o vibrante. Fue un adelantado, el primero de tantos supuestos tenores de voces absurdamente andróginas, más cercanas en realidad a la de contratenor, que se han adueñado de ciertos repertorios: basta recordar a especímenes como Prégardien, Bostridge y los representantes del movimiento historicista.
Schreier vino desarrollando una prestigiosa carrera en Alemania Oriental durante los años sesenta; se suele señalar que su ascenso fue siempre paralelo al de Theo Adam. Tras la desaparición de Wunderlich, las discográficas decidieron que sería el principal tenor mozartiano de los años setenta y ochenta. En esto también fue el precursor de una larga serie de tenores con voces de comprimarios, incompetentes como vocalistas, que han establecido una ridícula tradición de raquitismo vocal para cantar Mozart. Si ya resulta incómodo escuchar este fraude en la lengua que S. dominaba, en las óperas italianas además hay que sufrir una pronunciación más bien desaliñada. Poco importó: envalentonado por el éxito, llegó incluso a explorar terrenos como Idomeneo, Max o "La Canción de la Tierra", donde sus insuficiencias vocales y dramáticas resultan incluso embarazosas. El disco, como el papel, no siempre lo aguanta todo. El intérprete tampoco podía jactarse de muchas cualidades más allá de las que se suponen a un profesional. En realidad, con todo el respeto que merece esta partitura, sólo tenía temperamento para el Evangelista de la "Pasión según San Mateo". Resta su prestigio como intérprete de Lieder, repertorio éste donde también el gusto del público se ha desplazado hacia ejecutantes áfonos que más que cantar diseccionan la música como entomólogos. Aburrimiento disfrazado de intelectualismo.
No se pone en duda que Schreier fuera un músico serio y competente (durante los últimos años ha desarrollado una sólida carrera como director de orquesta). Simplemente hay que recordar que para ser cantante también se debe tener voz. Barra libre de opiniones, m?sica y lo que se me ocurra, que para eso es mi blog.