Edición:Rayo Verde, 2015 (trad. Maria Rosich)Páginas:160ISBN:9788415539995Precio:16 € (e-book: 8,50 €)Leído en la edición en catalán de la misma editorial y traductora.
La literatura de Gerbrand Bakker (Wieringerwaar, Países Bajos, 1962) se caracteriza por su estilo sobrio, íntimo y sutil, de emoción contenida, que expresa más de lo que se dice de forma explícita. Sus obras se desarrollan en la actualidad en pequeñas localidades rurales de su país, y se centran en un personaje que atraviesa una crisis vital profunda, por lo que en el tono impera cierta tristeza, cierta melancolía, aderezada, eso sí, con un fino sentido del humor. Hay motivos recurrentes en sus novelas, como la presencia de hermanos gemelos —con sus correspondientes tensiones por los rasgos en común y las diferencias— o las mujeres que huyen lejos de su hogar, además de una afinidad por el campo y los animales, ya que los protagonistas se mueven en un paisaje de montaña, con lagos helados a los que ir a patinar. Por sus similitudes, se le puede relacionar con Erri De Luca(Nápoles, 1950), otro autor de escritura parca y nostálgica, y asimismo próximo a la naturaleza. Bakker, filólogo, jardinero e instructor de patinaje, ha publicado pocos libros, aunque le han bastado para ganarse el respeto de la crítica y el entusiasmo del público. Por ahora, se han traducido tres al castellano y al catalán: Todo está tranquilo arriba (2006) —Premio IMPAC de Dublín 2010 y Premi Llibreter 2012—, Diez gansos blancos (2010) —Independent Foreign Fiction Prize 2013— y, por último, Los perales tienen la flor blanca (1999), anterior a los dos primeros aunque aquí se haya publicado más tarde. A diferencia de sus dos novelas más importantes, Los perales… no está protagonizada por un adulto, sino por un trío de hermanos adolescentes y su padre, recién separado. Se trata, además, de un libro más breve y sencillo (en todos los sentidos), un crossover que puede ser leído por jóvenes y adultos, y que por su accesibilidad y la variedad de cuestiones que plantea resulta muy aconsejable para un club de lectura. Su planteamiento es el siguiente: Gerson, de trece años, se queda ciego tras sufrir un accidente, justo cuando estaba hablando del color de las flores de los perales. A partir de aquí, la novela muestra desde múltiples perspectivas —la de sus hermanos mayores, los gemelos Klaas y Kees, la del propio Gerson y la de su perro— cómo Gerson se adapta a su nuevo estado y, no menos importante, cómo se adaptan los demás a él. Los gemelos cuentan la historia de forma conjunta, como si fueran un solo personaje, si bien poco a poco se perciben las diferencias entre ellos —Bakker explora todavía más la relación entre gemelos en Todo está tranquilo arriba—; y la cuentan, además, en un pasado nostálgico, con algunos avances de la trama que le añaden tensión. Gerson, en cambio, se expresa en presente, y el lector enseguida entenderá por qué. El autor acierta al apostar por la narración coral, puesto que los hermanos compensan la dureza de la primera persona del protagonista.Gerson pasa unos días en coma antes de volver a casa, así que la novela transcurre entre el hospital, la espera impaciente, la relación con el enfermero y, al fin, el regreso al hogar. Klaas y Kees, con el habla desenfadada propia de su edad, relatan los progresos del hermano y sus propias dudas a la hora de interactuar con él. Gerson, por su parte, pasa por la fase de negación, se encierra en sí mismo y no se deja ayudar, salvo por su fiel perro. Se encuentran en una etapa delicada de su desarrollo, y Gerson en particular está dejando de ser un niño en unas circunstancias difíciles. El argumento puede parecer sentimental o melodramático, pero Bakker, gracias a la contención de su lenguaje, evita ese terreno con habilidad. A pesar del pesimismo reinante, de la fatalidad que impregna las páginas, consigue darle un aire refrescante al centrarse más en las pequeñas escenas de lo cotidiano, que permiten un poco de humor —como dice Anne Tyler, «cualquier cosa se asimila mejor si se trocea, si se come despacio»— que en las meditaciones existenciales.Además, la ceguera no es el único tema de interés. Con pocas pinceladas, Bakker retrata una situación familiar que ya era difícil antes del accidente: los tres hermanos viven con el padre; la madre los abandonó y apenas reciben noticias suyas —una mujer que huye, como la protagonista de Diez gansos blancos, aunque por motivos distintos—. El padre, como consecuencia, se ha vuelto solitario, depresivo, aún no ha superado la ruptura —recuerda al del protagonista de Todo está…, solo que este último no tiene hijos—. En suma, Bakker nos muestra una familia de hombres (un hombre, tres hombrecitos y un perro, para ser exactos) que perdió el rumbo desde que la mujer se fue y trata de mantenerse a flote aun con este contratiempo. Y, de nuevo, lo hace sin dramatismo, con ironía para que los momentos complicados se deslicen mejor. De forma secundaria, aparecen los abuelos paternos, como el soporte que siempre está ahí: él, un hombre terco, en la línea de los personajes masculinos de Bakker; ella, más tierna.
Gerbrand Bakker
El lector que ya conozca a Bakker encontrará en Los perales… una novela más fluida que las demás, pero construida con la misma precisión y ese sello inconfundible con el que conmueve sin trampas emocionales. El que aún no lo haya leído, por su parte, descubrirá a un autor con una sensibilidad singular, hábil para narrar situaciones de crisis, de soledad, de pérdida, que a priori puede parecer frío por el tono, pero que a medida que avanza la lectura se va metiendo en las entrañas. También es, insisto, un buen libro para recomendar a los jóvenes, incluso para leer en los colegios, por las diversas cuestiones de interés que plantea (la discapacidad para el que la sufre y para los de su entorno, la separación de los padres, el hecho de dejar de ser un niño). Un libro muy recomendable para todos, en definitiva.