Lejos de las trincheras, del barro, de la metralla y la sangre derramada, entre mapas, tinta y papeles, los estrategas de la guerra ponen en marcha su particular juego. Estas mentes privilegiadas maquinan sus propósitos entre el humeante cigarro que proyecta sus figuras sobre una vieja lámpara de mesa. Su objetivo es engañar, confundir al enemigo, hacerle creer una realidad distinta. El fracaso o el éxito se tambalean sobre su particular tablero de Stratego y saben que sus decisiones pueden facturarse en vidas humanas y en tiempo. En algunas ocasiones sucede que la idea más descabellada, la que tiene todas las papeletas para el fracaso, es la que funciona. En el caos, triunfa lo peculiar. En la Segunda Guerra Mundial destacan, entre otras muchas historias, dos casos perpetrados por los que trabajan en las sombras, que tienen en común a nuestro país.En la última gran contienda mundial, cuando llegó el momento en que los aliados querían poner un pie sobre Europa, todo el mundo daba por hecho de que sería en Sicilia. Lo sabían los que tenían que iniciar la invasión en el viejo continente y también las fuerzas del Eje. Era por lo tanto un secreto a voces y, en consecuencia, un inconveniente a la hora de iniciar la ofensiva, pues Hitler había dispuesto una férrea defensa para evitar aquella primera incursión en la maltrecha Europa. La inteligencia británica ideó un plan algo atrevido pero que podía funcionar al que bautizó con el nombre de Mincemeat (Carne picada). Prepararon un cadáver ataviado con un uniforme de la marina con documentación falsa y con los planes de invasión que indicaban que está tendría lugar en los Balcanes y no en Sicilia. Por medio de un submarino arrojaron al difunto cerca de las costas españolas, aparentando que había sufrido un accidente aéreo, donde fue recogido por un pescador quien avisó a las autoridades. Los ingleses confiaban que las simpatías del régimen de Franco hacia la Alemania nazi harían el resto. Y así fue, la policía española comunicó a Berlín su descubrimiento, picando el anzuelo y dado fe de que aquellos documentos que portaba tan singular cadáver eran auténticos. Hitler ordenó retirar un buen número de tropas de Sicilia, con lo que el desembarco de los aliados encontró menos resistencia. Pero, ¿quién era aquel muerto tan aventurero que en su desgracia pudo salvar muchas vidas?. Aquel cuerpo estratégico era un individuo de unos 34 años que había fallecido por la ingestión de un raticida y que fue cedido, sin conocimiento de sus familiares, por el hospital St. Pancras. Junto a la documentación militar se acompañaban también algunas cartas de amor a una novia imaginaria y una también del banco, informándole de un descubierto.
Esta historia fue llevada al cine en 1956 con el apropiado título de "El hombre que nunca existió", con Ronald Neame en la dirección e interpretada por Clifton Webb y Gloria Grahame.
Otro caso curioso fue el de Joan Pujol, que después de la Guerra Civil española y con el desencanto habitual de quien había perdido la contienda, decidió urdir un engaño para combatir, a su modo, al fascismo. En Madrid contactó con la inteligencia alemana y ofreció sus servicios como espía al servicio del Tercer Reich. Los nazis, que lo creían un fervoroso admirador de Hitler, confiaron y él y le encargaron la misión de realizar labores de espionaje en el corazón de Londres. Pujol comenzó su argucia con una mentira algo burda y arriesgada pero que funcionó. Con una guía turística de la capital inglesa se instaló en Lisboa, donde mandaba falsos informes a los alemanes. Percatados de tan estrafalaria maniobra, fueron los mismos servicios secretos británicos los que le reclutaron para hacer de agente doble. Pujol, cuyo nombre en clave para los aliados era Garbo y Arabel para los alemanes, construyó un castillo de naipes, formado por una red inexistente de espías que se movía a sus anchas por todo el Reino Unido, pasando información falsa con otra auténtica pero irrelevante, para no despertar demasiadas sospechas. Garbo se encargó de convencer a los servicios de espionaje de Hitler de que el desembarco final de las tropas aliadas no sería en Normandía, sino en el Paso de Calais, lo que provocó que el mismo Füher enviara dos divisiones acorazadas y diecinueve de infantería al lugar equivocado.
Hasta tal punto su engaño fue efectivo que, después del desembarco de Normandía, fue galardonado con la Cruz de Hierro por las autoridades alemanas, al mismo tiempo que recibía la condecoración de La Orden del Imperio Británico por parte de los ingleses No debemos olvidar la ayuda incondicional que recibió de su esposa Araceli González, que fue la primera en ofrecer los servicios de su marido en la embajada británica en Madrid. Los ingleses lo rechazaron en primera instancia, pero cuando observaron las maniobras de engaño que éste ejercía desde Portugal, no pudieron resistirse antes las habilidades innatas de Joan Pujol, un crítico de las ideologías fascistas y comunistas.
En 2009, Edmon Roch rodó un documental con el título de "Garbo, el espía (El hombre que salvó el mundo)", que fue galardonado con un Goya, aunque a mí, este personaje, me recuerda a otro de la película "Triple Cross, la verdadera historia de Eddie Chapman", dirigida en 1966 por Terence Young y en la que Christopher Plummer interpreta a un ladrón de cajas fuertes al que le obligaron a convertirse en agente doble durante la Segunda Guerra Mundial. Al final de la película, alguien le pregunta para quién trabajaba realmente, si para los alemanes o para los aliados. El personaje se queda pensativo y no contesta, simplemente se mira al espejo y sonríe.