En este artículo hablaremos del controvertido y poco eficaz uso de perros con explosivos antitanque durante la Segunda Guerra Mundial. Los canes, normalmente pastores alemanes, eran conocidos como "perros bomba", "perros-mina" o "perros antitanque".
Se les entrenaba para cargar explosivos fijados a sus cuerpos y dirigirse a los tanques enemigos, donde eran detonados. Lógicamente, el desenlace era fatal para los pobres animales. Este tipo de armamento animal fue inicialmente usado por los rusos.
Tras una decisión de 1924 que autorizaba que los perros ayudasen al ejército, se montó una escuela de adiestramiento de perros en Moscú. Los militares reclutaban a adiestradores de perros policías, cazadores, veterinarios y entrenadores de circo.
Se crearon otra docena de escuelas tras el éxito cosechado por la primera y se creó entonces la división de adiestramiento de perros en la Unión Soviética. Al comienzo, los perros eran adiestrados para portar suministros, identificar minas y salvar personas, tareas en las que los canes demostraron su sobrada valía. Hasta aquí todo correcto.
A principios de los años 30, no obstante, alguien decidió que era una buena idea transformar al mejor amigo del hombre en una arma antitanques. Tres de las escuelas comenzaron entonces a adiestrar a los cachorros para este cruel fin.
En un principio, se les enseñaría a llevar una bomba hasta un tanque enemigo, a soltarla y a huir de él a toda velocidad; pero luego se decidió fijarles al cuerpo la bomba para detonarla por control remoto o con un temporizador, al resultar más fácil adiestrar a los perros para ello.
Pese a los esfuerzos, eran muchos los motivos para que estos métodos no funcionaran como debieran. En el caso de que el desdichado animal tuviese que soltar la bomba, tenía que tirar de una cinta con los dientes para lanzarla. Evidentemente, era una tarea complicada para el animal, así que con frecuencia volvían sin arrojar la bomba. En segundo lugar, en el caso de las detonaciones a distancia, cabe destacar que los detonadores de la época eran muy caros, así que se optaba por temporizadores con mayor frecuencia. Claro que esto implicaba un problema muy grave: si el perro volvía portando la bomba, mataría a todas las personas presentes en el punto de retorno.
Pero incluso si la bomba se lograba colocar debajo del tanque, cuando el tanque estuviese en movimiento, la bomba explotaría sin causar ningún daño al tanque enemigo, al menos que el timing fuera perfecto, algo muy difícil.
Por lo tanto, los soviéticos dejaron atrás estas aproximaciones al problema y elaboraron un nuevo plan. En vez de arrojar la bomba, los explosivos irían pegados a los perros. Cuando los canes se metiesen debajo del tanque, la bomba se activaría, matando al perro y, con suerte, causándole daños al tanque.
Para los pobres animales, como si la muerte no fuese ya crueldad bastante, les tocaba sufrir un adiestramiento no precisamente agradable. Se les dejaba sin comer y entonces se colocaba la comida debajo de un tanque, para hacer que pensasen que debajo de los tanques encontrarían siempre comida.
Después de un tiempo, se repetía la operación añadiendo los típicos y ensordecedores ruidos de los campos de batalla de la Segunda Guerra Mundial, para que los perros no se asustaran llegado el momento de entrar en acción.
Los perros antitanque comenzaron a usarse en 1941, cuando las fuerzas del Tercer Reich se adentraron en territorio soviético en la Operación Barbarroja. Treinta perros explosivos hicieron su debut en esta estrategia: fueron tan ineficaces que los soldados rusos responsables fueron acusados de simplemente sacrificarlos. El problema es que algunos de los canes se negaban a ponerse bajo los tanques enemigos en el campo de batalla.
El enemigo les disparaba y eso no sucedía en los entrenamientos: los perros lógicamente no estaban por la labor de meterse debajo de un tanque inmenso que trataba de matarlos. La esperanza de hallar comida no era motivación suficiente para los inteligentes animales.
Cuando los perros eran abatidos antes de conseguir llegar a la posición ideal para explotar, sus cuerpos eran recuperados por los alemanes, que además conseguían analizar las bombas y copiarlas. Pero lo cierto es que no conseguirían sacar mucha ventaja de esto y, de hecho, la Wehrmacht consideraba que el sistema era del todo ineficaz. Y estaban en lo cierto.
Cabe destacar que había un problema muy irónico y grave para los soviéticos: los perros antitanque eran adiestrados con tanques rusos, no alemanes. Evidentemente, los combustibles usados eran diferentes y algunos perros olfateaban el combustible usado para identificar los tanques, así que al final terminaban explotando en los propios tanques soviéticos. Craso error.
Ahora bien, pese a que su eficacia fue mínima, eso no quitó que destruyeran algunos tanques, especialmente en la épica batalla de Kursk, en la que 16 perros destrozaron 12 tanques alemanes. Posiblemente fue la actuación más exitosa de estos pobres perros.
Posteriormente, los rusos llegaron a decir que 300 tanques habían sido destruidos por el comando de perros, pero fueron muchos los que pusieron la cifra en duda, alegando que muy probablemente se tratase de una invención del gobierno ruso para justificar el propio programa y la muerte de tantísimos animales con unos resultados tan sumamente pobres.
Útiles o no, lo cierto es que con el avance de la Segunda Guerra Mundial fueron usados cada vez menos, en particular a partir del año 1942.
Por desgracia, los perros no fueron los únicos animales empleados como armas. También hubo intentos de criar pájaros, gatos y ratones portadores de bombas. Desafortunadamente, los animales estaban llamados a participar forzosamente y de manera kamikaze en la Segunda Guerra Mundial.