Por Fabián Cares - Especial
En la alta cordillera del norte neuquino, allá donde escasea de todo pero sobran esfuerzos humanos y naturaleza virgen. Allá donde la tradición milenaria del criancero sigue aún intacta por la perseverancia de hombres y mujeres que, honrando el legado de sus padres y abuelos, le siguen dando batalla al presente y, de la mano de su rico pasado, bregan por continuar escribiendo en el futuro y para las nuevas generaciones la marca indeleble de la tradición criancera.
A su lado la postal siempre muestra un perro chivero, esos compañeros, amigos, hijos y guardianes de la vida y del capital del criancero. Animales que soportan estoicamente el esfuerzo de su "trabajo" en los campos de veranada y de invernada por solo "un plato de comida" y un poco de cariño.
A esos animalitos fieles y nobles se los encuentran en cualquier puesto, o caminando o corriendo en los interminables arreos por los caminos o quebradas polvorientas o por la dureza y los peligros de las rutas asfaltadas. Ellos siempre van. Ellos siempre vienen. Ellos son la columna vertebral de un piño que transita los caminos de la trashumancia. Apenas una orden en voz alta y casi un grito o un silbido alcanzan para que los "chiveros de 4 patas" ordenen el piño o apuren a aquellas rezagadas o que erraron el camino. En los arreos por la ruta todos se maravillan por la cantidad de animales que cumplen la proeza de caminar hasta 350 kilómetros de un destino a otro.
Ellos están guardando y resguardando la tropa noche y día de los peligros de la naturaleza animal y humana.
En lo alto de los Vados del Sauce, a unos 4 kilómetros de Andacollo, en el medio de la inhóspita geografía se yergue altiva una vivienda de adobe con techo de carrizo. Al lado, un rial y todos los complementos que le dan vida al puesto de don Vallejos, un hombre de campo de toda la vida.
Don Vallejos cuenta que son 75 años que lleva sobre sus espaldas. Sus manos y el rostro curtidos dan cuenta de las décadas que han pasado poniéndole el cuerpo a la difícil vida del criancero. A este hombre, como tantos más a lo largo del norte neuquino, lo han acompañado en su trabajo muchos perros que reciben el mote de "perros chiveros". Algunos aún siguen prestando su incondicional compañía y otros ya se ganaron el cielo de los perros.
"Tengo tres perritos, son los piones (sic) y los hijos que yo tengo. Ellos saben obedecer bien; van donde yo los mando, no como un hijo, que sale regañando", asegura con una sonrisa. El Ronda, el Guante y el Choco son sus mascotas, sus guardianes, su sostén en el trabajo y la infaltable compañía muchas veces en la soledad de los puestos de invernada o veranada. Por eso los cuida, les compra remedios y alimentos y los mima. Al fin y al cabo, los perritos chiveros son parte de su familia y sus compañeros de la vida.