Revista Libros
Año de publicación : 1939
Ediciones Varona, 1980
Desde niño estas obras están en la baraja a ser leídas en la escuela, pero a diferencia de “Un mundo para Julius”, esta no recuerdo siquiera haberla tocado.
Este viejo libro trae ese aire seco, puro y cortante de la puna andina. A cada fascinante capítulo el poco oxígeno parece sentirse, consiguiendo hacerte sentir agitado.
Aquí el autor nos traslada a la puna peruana, a la vida de la familia de Simón Robles, famoso por criar excelentes perros ovejeros, padre entre otros de Antuca, la niña que tiene por amigos al viento, la lluvia, y las nubes, a los que llama y con los que juega. Los perros en esta historia son personajes principales: Zambo y la fértil Wanka, acostumbrados desde un inicio a ser amamantados por ovejas creando así un cierto vínculo con estas lo que hace que puedan conducirlas en un futuro sin tener el deseo de atacarlas. Wanka será la progenitora de una buena estirpe de perros, que podría ser mayor si no sacrificaran a varios de sus crias. Pero toda esta relativa armonía se quebrará con la llegada de la sequía que coincide con la captura de Güeso por parte de los bandoleros, los hermanos Julián y Blas Celedón quienes sabiendo de la fama de los canes de la familia Robles arrebatan a Antuca de su perro pastor. Aquí, con la sequía, comienza el infierno para todos, desde hacendados, campesinos, bandoleros y hasta perros, en una cadena donde los personajes van cayendo como fichas de dominó, padeciendo la escasez: los hacendados al no tener tierras que trabajar por falta de lluvias dejarán a los campesinos sin comida; estos a su vez, por un poco de granos qué llevarse a la boca y a la de sus familias, con la dignidad pisoteada suplicarán primero, se atreverán a exigir después, para posteriormente sublevarse; y si los campesinos no tienen qué comer y beber menos aún sus perros, que al ser cortados de toda ración aguantarán el máximo posible, hasta llegado el límite, donde el hambre puede más, doblando y deponiendo todo acto de fidelidad y lealtad para con sus amos, un nuevo instinto se apoderará de ellos, el de la sobrevivencia.
Esta es una de las novelas más importantes de la literatura peruana y probablemente latinoamericana, y su autor, Ciro Alegría (La Libertad, 1909 – Chaclacayo, 1967) uno de los principales escritores del Perú, indigenista como José María Arguedas, pero me parece que injustamente menos valorado.
Si analizamos el inicio literario de Ciro Alegría nos detenemos a reparar en tres obras muy importantes: “La serpiente de oro”; la obra de esta entrada, y “El mundo es ancho y ajeno”. ¿Qué escritor se puede jactar de escribir y editar de manera seguida tres obras de la importancia que tienen aquellas tres? Ni Arguedas. Vargas Llosa quizá: “La ciudad y los perros”; “La casa verde”, y “Conversación en la catedral”, pero estas alternan con obras menores como “Los jefes” y “Los cachorros”.
Ciro Alegría sabe intercalar las difíciles escenas a través de la historia. El cambio de actitud de Güeso al ser atrapado por los bandoleros. Inicialmente se rehúsa a sus nuevos amos que con mano dura lo irán ablandando hasta acostumbrarlo a su nuevo presente. El autor nos hace ver desde la óptica del perro, quien percibirá que sus captores a su vez que lo castigan le curan las heridas y le ofrecen comida, reconocerá la bondad de estos actos lo que determinará afirmarse con ellos ofreciéndoles su incondicional lealtad. Incondicional porque hay un momento en su futuro, ya libre de toda cadena en que llega a divisar a lo lejos a su antigua dueña, Antuca, con su rebaño de ovejas; su indesición durará segundos optando por continuar siendo cómplice de los bandoleros.
La lealtad de los perros para con sus amos. Este caso es llevado al extremo en Mañu, también hijo de Wanka y hermano de Güeso y de Pellejo. Este perro asume el rol masculino dejado por Mateo al ser llevado por el ejército a servir. No sólo cuida del rebaño, también de la familia en sí, de la esposa de Mateo, Martina, quien ampara toda su desolación en él, y del hijo de ellos, el pequeño Damián, tan amigos que niño y perro parecen hermanos. Si no me equivoco es el único perro a no ceder ante el aprieto del hambre, defendiendo incluso el cuerpo de su pequeño amo ante dos cóndores que lo rondaban en la inmensa soledad de la puna.
Así como otros ejemplares de ediciones algo difíciles de encontrar que por este espacio van apareciendo, este viejo libro es parte de un grupo pequeño –llenan una caja- que heredé de mi madre, a quien durante el poco tiempo que tenía libre la veía sentada leyendo, sin imaginarme que algún día esa acción se convertiría en un vicio mío.
Este libro en particular se lo arrebaté a las polillas, aquellas larguiruchas que suelen salir con su vuelo desordenado a rondar el primer foco encendido de casa, posándose en poco tiempo en algún lugar, desprendiéndose de sus alitas, juntándose a otras formando una hilera hasta llegar a algún lugar que las acoja, para este caso, el libro en cuestión: dos de ellas no acabaron en la batea con agua –de niño solía poner una batea con agua debajo del foco encendido, todas acababan ahí atraídas por el reflejo de la luz en el agua; hasta ahora hago eso sorprendiendo a C por no utilizar el Raid- y lograron hacer tres huequitos perforando una pequeña cantidad de hojas antes de encontrarlas, agarrarlas y lanzarlas a la tela de una araña receptiva, acostumbrada y agradecida. A los otros libros nunca llegaron, y espero nunca lleguen ya que al igual que por allá, cerca al Pacífico, aquí cerca al Atlántico también hay esas polillas, felizmente también hay arañas.
Este país dentro de otro, que para quienes hemos tenido la suerte de recorrer algunos lugares lo encontrarán descrito de una forma tan intensamente real. Con esta, su segunda novela, Ciro Alegría se iba afirmando un lugar como gran narrador, combinando escenas crudas con sutiles análisis. El mejor homenaje para un escritor debe ser leerlo, y que sus obras perduren en el tiempo. Nunca es tarde para ponerse al día con los clásicos.