Podemos ha terminado por colocar en la agenda ciudadana lo que desde hace años ya era un clamor: la vergüenza de una casta política mediocre a la que nunca le afectan los problemas sociales del país y que está situada económicamente muy por encima de sus verdaderas cualidades profesionales. Por no hablar de las famosas y obscenas puertas giratorias entre la política y el mundo empresarial, que permiten que políticos que tuvieron responsabilidad directa en la regulación de las actividades de ciertas empresas terminen incorporándose años después a sus consejos de administración con sueldos millonarios. Pero en España (como en muchas otras democracias occidentales) no se puede desligar esa casta política de esa otra casta superior, la de los poderes económicos, que es la que la corrompe y selecciona en su propio beneficio. Ni tampoco se puede olvidar señalar a ese tercer pilar del poder que termina siempre por destruir cualquier expresión de rebeldía: el periodismo servil de la casta mediática. Esa casta que estos días se está destapando en toda su esencia, con toda su podredumbre, mostrándose tal y como realmente es.
Los que desde muy jóvenes decidimos beber cada día de fuentes diversas de información y estar al tanto de las plumas y las voces del periodismo patrio conocemos perfectamente las carreras, las lealtades obligadas, los sueldos desorbitados, los favores debidos y el servilismo de una gran mayoría de periodistas que se han hecho mayores (tan mayores) haciendo como que informan de manera independiente y haciendo como que opinan libremente mientras sirven como altavoz mediático a políticos y grandes empresarios en una cruenta batalla sin fin para mantener el status quo vigente. Y esta semana he visto a muchos de ellos por primera vez en mucho tiempo asustados. Desorientados. Ofuscados. Nunca los vi tan rabiosos. Nunca tan maniqueos, tan demagógicos, tan descolocados, tan desatados en sus ataques. Nunca fue tan evidente que los años pasados conspirando en aviones, restaurantes o reservados de hoteles de lujo, intercambiando favores con políticos y empresarios mientras comían de la mano de sus señores y se disputaban las migajas del poder los han debilitado, los han convertido en ineptos, en torpes incapaces ya de tomar de nuevo el pulso a la calle y conseguir estructurar discursos que calen en los ciudadanos. Se han destapado, han tenido que mostrar su verdadera cara, esa que ocultaban tras ajadas máscaras de integridad profesional y trayectorias supuestamente intachables. Han recurrido al insulto personal, a la mofa y al escarnio, alimentados por un enorme rencor contra aquellos que vienen a poner en peligro su posición social. Son los mismos que se enriquecían haciendo por la tarde publicidad para los bancos y por la mañana “periodismo crítico” contra los que denunciaban los desahucios y las ayudas injustas a bancos como el que le pagaba. Sí, esos, seguro que ya les pones cara.
En el fondo no temen al programa político de Podemos, que desmenuzan para intentar demonizarlo o convertirlo en parodia. Al fin y al cabo es prácticamente el mismo que el de IU y otras fuerzas estables de la izquierda a las que nunca han prestado la menor atención. Lo que temen es la fuerza y la claridad con la que Podemos desnuda sin componendas las contradicciones de un sistema corrupto en el que poderes económicos, partidos políticos caducos y periodistas serviles se reparten el poder y construyen un discurso totalitario y hegemónico que trata de diluir las revueltas sociales y enmascarar la brutal asfixia en la que vive actualmente una gran parte de la sociedad española. Tienen miedo a Podemos porque representa una articulación real de la indignación ciudadana y saben que su ascenso popular chocaría directamente con sus privilegios de casta. La casta mediática siempre creyó y defendió ferozmente la vigencia del principio lampedusiano: “todo debe cambiar para que todo siga igual”. Y ahora se dan cuenta de que algunos realmente quieren cambiarlo todo para que todo por fin pueda ser diferente. Y eso, claro, los asusta.
Enumerar las descalificaciones de índole personal recibidas por Pablo Iglesias y sus votantes desde el día de las elecciones es prácticamente imposible. No ha habido tertulias de radio en cadenas como Onda Cero, la SER o la COPE, o columnas y editoriales de diarios como El Mundo, La Razón, ABC o El País (además de las televisiones, claro) en las que no se haya insultado, menospreciado, ridiculizado y humillado a Pablo Iglesias y a Podemos. Hay decenas de ejemplos: como ese tertuliano de la SER que abrumado intentaba relacionar de manera bochornosa a los votantes de Podemos con los seguidores de Belén Esteban; o ese otro famoso plumilla de la derecha echando bilis por la boca mientras escribía sobre “El coletas”; o ese otro tipo, sí, Felipe González, intentando atemorizar al personal con referencias casposas a la posibilidad “catastrófica” de existencia de una alternativa bolivariana en España (él evidentemente prefiere ese otro sistema en el que gracias a pertenecer durante dos décadas a la casta política uno se hace millonario gracias a desconocidas habilidades profesionales para “aconsejar” a grandes empresas energéticas).
El torrente de mierda lanzada sobre Podemos y su líder electoral es de tal magnitud que en gran medida se está volviendo en contra del propio sistema y está destruyendo los resto de credibilidad de la casta mediática. Estoy convencido que tras esta primera reacción virulenta que en muchos casos ya sólo provoca risa la segunda opción será procurar el silencio e impedir que los mensajes políticos de renovación que lanza Podemos lleguen con facilidad a los ciudadanos. Y que ese silencio sólo se romperá en los grandes medios cuando surjan noticias que parezcan mostrar incoherencias dentro de un movimiento en formación o cuando surja cualquier circunstancia que pueda ser utilizada para atacar con saña tanto en lo personal como en lo político a sus dirigentes, con el objetivo último de tirar por tierra sus subversivos planteamientos de regeneración política y social. Se escuchan ya voces indignadas en los medios de comunicación tradicionales clamando contra La Sexta y Cuatro, porque, según ellos, han servido de altavoces y han dado proyección pública a Podemos y sobre todo a su líder, Pablo Iglesias. Es increíble como la derecha más reaccionaria y los poderes neoliberales que son los dueños de la totalidad de los medios de comunicación más relevantes del país aún tengan la indecencia de quejarse de que Pablo Iglesias ha sido mimado por esos mismos medios. Es de chiste. O más surrealista aun escuchar a tertulianos quejarse de que al PP o al PSOE no se le ha dado la misma cancha en las tertulias políticas de los medios cuando la realidad es que los dos partidos principales de la casta política siempre están a todas horas presentes en los grandes medios lanzando sus mensajes. Pero claro, el problema es otro, el problema es que ya nadie se para a escucharlos un solo minuto porque nunca dicen nada, absolutamente nada, y no tienen credibilidad alguna para unos ciudadanos que terminan choteándose de ellos. Porque ejercen de charlatanes, porque ya no saben ser otra cosa que charlatanes y ni ellos mismos se creen ya aquello que dicen.
Pero estos “adalides” de la libertad de prensa (que en nuestras democracias significa tan sólo libertad de prensa para millonarios, que son los que se pueden pagar periódicos, radios y televisiones) que sólo encuentran en la censura la solución final tienen un par de problemas importantes. En primer lugar la comunicación ya no está tan jerarquizada como en el pasado y a pesar de la enorme fuerza de los medios de comunicación tradicionales han surgido nuevas formas de comunicación horizontales que el poder aún no tiene tan controladas y que hace más complicado que hace unos años dejar sin voz a quien estorba a las castas, así como mentir y manipular con la impunidad de antaño. Y en segundo lugar se olvidan de la clave fundamental de cualquier acto comunicativo: por mucho que controlen los canales de comunicación para así censurar la difusión de ideas alternativas, olvidan que para poder comunicar tiene que haber algo que comunicar y un receptor que confíe en aquel que emite el mensaje. Y eso ya lo han perdido. Porque no tienen mucho más con lo que engañarnos. Y porque cuando levantemos la cabeza y veamos a los de la casta mediática en las televisiones, los leamos en los periódicos o los escuchemos en las radios ya sabremos quiénes son, a quiénes sirven y cuáles son sus intereses. Por mucho que generen ruido, por mucho que nos llamen, que nos busquen y que intenten congraciarse de nuevo con nosotros muchos vamos a buscar la información en otra parte, vamos a participar en la comunicación de otras maneras, vamos a comprar y a promocionar otro periodismo crítico que informe y opine de manera honesta aunque no tengamos que estar necesariamente de acuerdo con lo que cuente, y vamos a intentar seguir construyendo de manera horizontal una información, una opinión y una forma de participación política diferente a la que ellos nos imponen. Para que cada de nuestros actos comunicativos en la red y en nuestro día a día sirva como contrapeso a las grandes fuerzas de la casta mediática. Inmersos de lleno en una guerra de guerrillas.
Así se repartían los grandes poderes económicos los medios de comunicación en España en 2011. A día de hoy la situación respecto a la pluralidad es aun peor. Pincha en la foto para verla en un tamaño mayor