«La decepción es un sentimiento irrecuperable. Te pueden hacer una faena, la perdonas y sigues adelante, pero cuando una persona te decepciona, ahí no cabe el perdón. La decepción no se puede perdonar; no hay vuelta atrás.»
Entrevista realizada por Maudy Ventosa.
La última vez que hablé con Fernando Benzo acababa de publicar Los viajeros de la Vía Láctea y empezaba a preparar una nueva obra: Los perseguidos; han sido dos años de trabajo intenso, porque las piezas tienen que encajar. Lo ha conseguido, y su novela es la ganadora del Premio Azorín 2023.
Maudy -Su novela participa de varios géneros literarios, novela negra, thriller político, psicológico, histórico, policial… ¿Dónde la encuadraría?
Fernando – En todos. Es una novela negra por los referentes que me venían a la cabeza cuando estaba trabajando en ella, con un elemento de riesgo, que es combinarlo con la historia un poco intimista de los personajes. No quería convertirlos sólo en macarras ni en narcotraficantes… quería contar sus historias amorosas, sus historias de amistad. Bailo entre dos aguas, novela intimista y novela de acción. Crónica social también porque recorres la vida de unos personajes durante treinta años, a lo largo de la novela no solo crecen ellos, sino la propia sociedad en la que se mueven de una manera absolutamente natural. Sería un error que no cambiaran; el chaval de San Blas de quince años no es el mismo que el hombre de nuestros días. Crecen con su entorno, que es muy importante en esta novela, siempre Madrid muy presente; en esta novela más presente que nunca.
M.- Episodios reales junto a tramas de ficción, ¿Cómo conjuga todo esto y que sea tan creíble?
F.- Eso no era deliberado. Cuando te pasas un año investigando te encuentras con historias que han ocurrido y que son mejores que las que tú has imaginado; historias fabulosas. Toda la trama, que está presente en la novela cuando empieza a entrar la droga iraní, es completamente real; el robo de diamantes o el helicóptero aterrizando en la calle Fuencarral cuanto todo el mundo está entrando en el cine, son también historias reales, como el serbio que está en la cárcel… no hay nada de ficción en esto. Cuando encuentras ese material, decides que tiene que formar parte de la novela, necesitas que forme parte de ella. La novela está incrustada de realidad aunque es una novela de ficción claramente. El lector tiene que divertirse con ella y sacar sus propias conclusiones… pero late por debajo un pequeño juego, un reto, y es que lleguen a dudar de si lo que está ocurriendo, ocurrió o no… Yo descubrí muchas que no conocía.
M.- ¿Qué papel juega la necesidad de pertenencia en las bandas juveniles?
F.- ¡Absoluta, absoluta!
M.- El desarraigo duele más que la nostalgia…
F.– El no formar parte ningún sitio, el haber perdido tus referencias es lo más duro que puede haber. La nostalgia es recordar y si no puedes recordar has perdido todo. Ahí está la evolución de Madrid y la evolución de los personajes. En un primer momento, lo más importante para una determinada juventud y para los personajes de la novela es la banda. Son chicos con desarraigo familiar, desarraigo social, que viven en la calle y ahí la familia es tu banda, que es con la que tienes los primeros juegos infantiles, luego los primeros atracos y más tarde a meterte en problemas mucho mayores. Pero Madrid evolucionó sustituyendo las bandas por la tribu. En los setenta, formas parte de una banda, en los ochenta tú formas parte de una tribu. Cuando estos personajes se trasladan de San Blas y llegan al centro de Madrid y empiezan a vivir la noche y a meterse en un club muy peculiar como es el Hanoi, no se cruzan bandas, son tribus; pero la necesidad de identidad es la misma. La identidad de la banda se marca por los delitos que has cometido, la violencia…,cuando estás en la tribu lo que prima es la estética. Es una evolución cultural por lo menos.
M.- Son los primeros grupos de socialización porque no tienen referentes familiares, quieren huir de ellos…
F.– Cuando estaba documentándome, leí que a esos chicos les podías ver permanentemente en las calles de San Blas; grupos que no iban a ninguna parte, ni al colegio, y que no tenían nada que hacer… estaban por las aceras y, como mucho, marcando un ritmo musical en la chapa de un coche… Esa es la sensación de no tienen a dónde ir. Lo que hace que sean temerarios.
M.- El miedo sólo se tiene cuando tienes algo que perder…
F.- Eso es lo que les ocurre a esos chicos: no tienen nada que perder e intentan huir de su destino natural, ¿qué haces?, cometer delitos. Es la única salida que tienes.
M.- Y es la única manera de adquirir respeto.
F.- Intentas tener una personalidad en un entorno hostil; formas parte de la banda, pero tienes que tener una individualidad y sólo la ganas por la valentía o por lo bestia que seas. Lo que es común a estos personajes, y está en la novela todo el rato, es que están huyendo del destino que les corresponde. Crecer, crecer… No saben ni para qué crecen. Crecer es huir. No les espera un destino, sino una condena. Están huyendo de esa condena que les persigue. De ahí el título de la novela: todos los personajes huyen o están perseguidos por algo. Están perseguidos por su propio destino.
M.- ¿Les une la miseria?
F.– He intentado crear unos vínculos que van más allá de la miseria. Lo que les une es la necesidad de huir de ese destino, incido. Necesitan lo mismo, con más o menos acierto, y en esa huida se crea un vínculo, que es la amistad, siempre muy importante en mis libros y en este especialmente importante, porque no tienen otros vínculos familiares, filiales, no tienen un referente, un modelo… sobreviven entre ellos, lo que crea un vínculo de amistad muy fuerte aunque luego lo traicionen. Es una amistad fuerte y endeble a la vez. En esa huida, si necesitas traicionar, traicionas, o dejas atrás. Es una amistad extraña, pero que está ahí todo el tiempo y va cambiando.
M.- Muestra los barrios poblados de gente sin esperanza, donde los sueños se truncan antes de despegar, ¿dónde estaba la sociedad bienintencionada en aquellos momentos?
F.– Más que bienintencionada, la sociedad articulada, es decir, esos chicos que están en la calle es difícil imaginarlos hoy en día. Sigue habiendo posos de marginalidad, pero se ha conseguido desarrollar instrumentos de solidaridad, responsabilidad social, que hace que se atienda mejor a esos focos de marginalidad, que se han reducido de manera considerable. Hay cosas que van a mejor… Nuestra sociedad tiene una cierta respuesta para determinados grupos especialmente necesitados. Con el recorrido que hacen estos chicos, he querido retratar nuestra sociedad en el lado oscuro, y no pretendo dar ninguna moralina; no pretendo denunciar nada; yo, a ti lector, te cuento una historia. Primero quiero que te entretengas, que te lo pases muy bien -divertirte, emocionarte, asustarte…-, la cuestión es que te meas en un libro y ya no lo quieras soltar. Yo escribo una historia y tú tarea es que juzgues.
M.- ¿Sólo hay una salida?¿ganar o perder?
F.- Para estos personajes sí. La cuestión es qué es ganar para ellos. Sólo es sobrevivir, es lo triste. Esquivar ese destino que en realidad es una condena. Eso es ganar. La trampa de la novela es que esos personajes nunca llegaban a la edad adulta. Ganar es sobrevivir, y hacen todo lo necesario para ello. Porque sólo huyen.
M.- Cuando logras deshacerte del pasado ¿estás preparado para convertirte en otro? ¿Algunos de ellos logran deshacerse del pasado?
F.– Cuando el pasado es una losa, sí. Los elementos que te definen en los primeros años de tu vida te acompañan siempre, aunque pases por diferentes etapas después… Por eso, en el fondo, no se adaptan a esas clases sociales más avanzadas, como Dardo, porque siempre será ese chico del barrio que no tenía nada; da igual lo que consiga…
M.- ¿Sólo los idiotas creen que perdonar es una debilidad?
F.– Sí, estoy absolutamente convencido de eso. No tiene nada que ver el perdón con la rendición. Hay que saber administrar el perdón. A veces hay que saber cuándo hay que perdonar, porque hay gente que no perdona nunca. Si no sabes perdonar es que eres un idiota. El autor que ha escrito esto, tiene razón.
M.- ¿La supervivencia siempre está por encima de la lealtad?
F.– No; la lealtad en muchas personas se impone incluso por encima de la supervivencia si es necesario. En estos personajes no, porque no tienen un código de valores. Juegan a un juego de traiciones.
M.- La traición siempre se cobra un precio: la soledad…
F.- Si tú acabas traicionando a todos, llega un día en que te levantas y dices: ya no tengo a nadie a quién traicionar…
M.- A ti mismo, que es a quien primero traicionas…
F.- A ti mismo te has traicionado desde la primera traición que cometiste. Puedes ganar la partida, pero el día que lo ganes es porque te has quedado solo.
M.- ¿Peor que la traición, la mentira o la injusticia es la decepción?
F.- La decepción es un sentimiento irrecuperable. Te pueden hacer una faena, la perdonas y sigues adelante, pero cuando una persona te decepciona, ahí no cabe el perdón. La decepción no se puede perdonar; no hay vuelta atrás.
M.- Independencia, honestidad, coherencia… ¿qué valores nos quedan hoy en la política, en los medios de comunicación…?
F.– Todos, lo que me molesta es generalizar y lo que te puedo decir de mi experiencia es que los valores que me he encontrado a lo largo de mi vida en un porcentaje altísimo son esos, es la honestidad, son las ganas de hacer las cosas bien, es la capacidad de sacrificio, en todas las etapas de mi vida. Me niego a condenar a colectivos de ningún tipo, me da igual periodistas, políticos… Otra cosa es que, cuando alguien se sale de ese camino, es muy llamativo y ensucia todo, y es injusto. Tengo suficientes años para tener una visión global. Creo en lo que estoy diciendo, no soy nada ingenuo.
M.- ¿Cuáles son las adicciones actuales?
F.– Yo quiero pensar que no son las que te destruyen de una manera inmediata como las de esta novela. Tardan más y te destruyen de otra manera. En estos días, la gran adicción es la tecnología, somos todos esclavos, nos domina.
M.- ¿Qué unía a tantos jóvenes de clases sociales tan distintas durante la movida?¿La gente de verdad conoce la movida para seguir idealizándola?
F.– La movida no es el mundo feliz que algunos se creen. Fue un momento en el que había muchísimos dramas, fue también la llegada de la droga, la explosión criminal que hubo en nuestro país, el terrorismo… yo no soy nada mitificador de la movida en el sentido de que era un mundo perfecto; era un mundo curioso. Explotaron muchas cosas malas y explotaron cosas buenas, hubo un movimiento creativo, cultural, de libertad que también hay ponerlo en valor, pero no era un mundo idílico. Sí había unos movimientos que unieron. Yo prefiero que un chico joven forme parte de una tribu que forme parte de una banda. Buscabas una identidad que tenía otros elementos sociales, culturales, estéticos que si no degeneraban en el uso de la violencia; eran más un movimiento exclusivamente cultural. Fue un periodo de una riqueza cultural tremenda. Soy defensor de la nostalgia, pero enemigo de la mitificación tontorrona.
M.- Es también una novela de sentimientos profundos: ambición, vínculos, sueños, poder, desilusión, traición, códigos… es un cóctel muy real… la vida tiene todo eso…
F.– Efectivamente. He querido escribir una novela de acción y de aventuras, de personas reales. Todos los que hay en la novela podrían existir, algunos incluso están muy cerca de existir, por eso tenía que combinar esos elementos de novela de acción, aventuras y thriller con otro elemento más intimista. Es la historia de sus crímenes, de sus aventuras, y también la de sus sentimientos. Eran los elementos que tenías que mezclar.
M.– Novela sin lecciones morales. Me sorprende a veces que Peyo no transmita emociones…
F.– Es un hombre al que la vida le ha puteado y ha sobrevivido a golpe de fracaso. Ha tenido que encerrarse en sí mismo y decir, tengo que sobrevivir y aguantar como sea. Cuando vives así de contenido durante mucho tiempo acabas siendo así. La mayor parte de su vida se la ha pasado solo.
M.- Pero tampoco transmite emociones negativas…
F.– Es que uno de los pocos valores potentes que hay en la novela es la amistad y sí está muy presente en Peyo. El que más valores tiene ha sacrificado su vida por la amistad, por la lealtad. A su manera, tiene unos valores muy potentes. Algo común a todos ellos es que no tienen remordimientos. No han aprendido a valorar el daño que han hecho. Ese es el trasfondo del que vienen: un mundo sin valores. No han crecido en un colectivo ni en un mundo ni en un entorno en el que se resarza a nadie; se sobrevive.
Es una novela muy larga, reconoce el autor, pero es adictiva y hay que decir al lector que se lo va a pasar muy bien, porque entra en un universo del que ya no se quiere marchar. Primero hay que entretenerlo, luego el lector pensará lo que sea. Con Los perseguidos, el lector tiene que ir más allá del mero entretenimiento; a lo adictivo, que quiera seguir con Dardo, con Peyo, con Daniela y que quieras saber lo que les pasa.
M.- La novela queda abierta…
F.– ¿Tú crees?, ¿tú crees…? Mi opinión vale tanto como la tuya… me gusta. He querido crear un universo literario en el que me gustaría seguir como autor y sí me planteo volver a este mundo que he creado, lo que no significa escribir una secuela, que es muy diferente… un universo y unos personajes que a mí me han atrapado muchísimo y, todavía, no he salido como autor de ese universo, pero no voy a seguir por donde todo el mundo se imagina…