Zapatero anda perdido en un círculo vicioso exasperante –puede que jamás haya estado orientado–, el mismo en el que ahogó su soledad el coronel Aureliano Buendía haciendo pescaditos de oro para cambiarlos por monedas de oro para hacer más pescaditos de oro: el vicio de hacer para deshacer después.
El inconveniente es que todo esto que le está ocurriendo a Zapatero no sucede en los magistrales párrafos de una novela, sino en la vida real, y que los pescaditos de oro que utiliza el Presidente del Gobierno no son unas baratijas para matar el tiempo, sino el Estado de bienestar y de derechos sociales que tan alto precio nos costó conseguir.
Zapatero se ha convertido en el protagonista del desmontaje como si de un mecano se tratase del Estado del bienestar que él mismo contribuyó a construir. Qué decir entonces de tantos otros anteriores a él y que profesaron su ideología cuyos esfuerzos y sacrificios se ven ahora arrastrados por los suelos como los muebles tras el paso de una catastrófica riada.
Lo peor de todo es que esa dilapidación sistemática de un bien que pertenece a todos los españoles la está ejecutando sin apenas oposición alguna y con el beneplácito de los que siempre han sabido sacar tajada de este país.
La sociedad española, ante el aluvión que le está cayendo encima, se muestra aletargada, en un estado de hibernación permanente que a la larga le puede costar muy caro, sobre todo a las generaciones venideras. Mientras en otros países la reacción a la ola de liberalismo a espuertas es cada vez más difícil de controlar, en España sesteamos como los reptiles al sol de la mañana, mientras contemplamos cómo se derrumba inexplicablemente el edificio que tanto esfuerzo nos costó levantar. Estamos noqueados y somos incapaces de reaccionar y dar la respuesta que semejante ofensiva contra el ser humano se merece.
Nos están pintando el mundo de tal guisa que ahora, por obra y gracia de no se sabe qué truco de magia, resulta que es un privilegiado todo aquel que lucha por el derecho a vivir dignamente. Y mientras nos peleamos con la espesa cortina de humo que nos plantan ante nuestras narices y nos desorienta, ellos se dedican a vender al mejor postor los enseres más valiosos de nuestra propiedad y a recortar libertades incluso tirando de la represión más descarada para atolondrarnos y que no despierte en nosotros la adormecida capacidad de respuesta.
De seguir así las cosas, cualquier día nos desvelaremos y encontraremos un erial donde antes hubo un país y ni siquiera tendremos fuerzas ni ánimos para lamentarlo. No sé qué seremos capaces de decirles a nuestros hijos entonces y prefiero no imaginármelo. Antes apuesto por soñar que quizás seamos capaces de arrancarnos la venda y desposeer sin complejos a Zapatero, o a cualquier otro, de los pescaditos de oro con los que tanto le gusta entretener el tiempo.