Y continuando en Senegal …
Una de sus mayores riquezas es el mosaico de las diferentes etnias que se distribuyen a lo largo y ancho de su territorio, la mayoría de las cuales se encuentran también presentes en los países vecinos. En Senegal, la etnia mayoritaria (un 45% aproximadamente) es la wolof que dentro de sus 196.192 km2 convive, o mejor dicho, cohabita con los lebu, serer, diola, tukulor, mandinga y peul entre otros.
Por diferentes motivos fue con algunos diola con quienes tuvimos más relación y con los que compartimos largas sobremesas, risas, algún que otro apuro pero, en definitiva, los mejores momentos pasados en el país.
Sin embargo, hoy no voy a hablar de los diola, sino de los peul, con los que nos cruzamos en un efímero aunque gratificante encuentro.
Se calculan unos 30 millones de peul repartidos entre Mauritania, Senegal, Mali, Chad, Guinea, Guinea-Bissau, Sierra Leona, Liberia, Burkina, Níger y Nigeria, de los cuales sólo 1 millón habitan en Senegal donde representan poco más de un 13% de la población.
Su origen es incierto y aunque parece ser que provienen de la zona del Mar Rojo, actualmente son uno de los grupos más importantes de África occidental, principalmente del Sahel. Se les conoce con otros nombres como fulani, fula o fulbé y constituyen el pueblo nómada más grande del mundo.
Tradicionalmente, los peul han sido pastores itinerantes y su vida y su riqueza ha estado siempre ligada a las cabezas de ganado ya sean bueyes, vacas, cabras u ovejas. El prestigio social depende del tamaño de su manada y las bodas entre familias ricas suponen intercambios de ganado, lo que constituye la dote.
En el largo trayecto de Saint Louis a Kaolack necesitábamos un alto en el camino y nos detuvimos en un campamento peul. Lo primero que me llamó la atención fueron sus rasgos físicos, con un color de piel color caoba, espigados y ojos almendrados. Las mujeres me parecieron de una gran belleza y con un porte espléndido. Los hombres y niños conducían el ganado mientras algunas mujeres se ocupaban de transportar el agua hasta las cabañas en carretas tiradas por asnos.
Un grupo de adolescentes se acercaron enseguida y manifestaban tanta curiosidad ellas por nosotros como nosotros por ellas. Temerosas y sin perder la sonrisa nos pedían un “cadeau”. Por la expresión de sus caras, lo que más agradecieron fueron los frascos de gel de ducha que les dejamos, un verdadero lujo para ellas.
Les seguimos hasta la zona donde estaban las chozas, las típicas cabañas circulares de paja y nos presentaron al recién llegado miembro de la familia, un precioso pequeño de apenas unos días. El campamento pertenecía a pocas familias y seguía una estructura patriarcal.
A pesar de su timidez inicial fueron buenos anfitriones, acogedores y amistosos y nos regalaron unos momentos inolvidables.