Vaya, vaya, vaya. Así que el Duque de la Teruélida se decidió por un libro de un autor argentino. Y… ¿dice usted que puede haber sido por influencias de personas de “aquellas latitudes”? Sí señor, incluso de aquellas longitudes. Digamos “de aquellos lares”. ¿Me está dando a entender que la clave de todo reside en una fémina? Evidentemente, como en el 99 + 1 de los casos.
¡Los pichiciegos!, dijo el buen Duque. Las novelas bélicas tienen tal capacidad de atracción que me atrevería a decir que se escriben solas, y me equivocaría. Aquí tenemos un ejemplo de una gran historia aceptablemente contada, pero mejorablemente narrada. A uno se le viene a la cabeza La guerra del fin de mundo (también en poder de Proyecto Librvs) y los pichis se quedan atrás. Mario narra con maestría y Rodolfo se empeña en lo superfluo, con larguísimos diálogos que, a menudo, cuentan poco. O dicho de otra forma, cuenta la esencia y rellena con exceso lo banal, la paja. Sí, la paja. —Eh, —sí, —ah, —va… solo le falta querer transcribir cada respiración al terminar la palabra —pues nada, aquí estamos aahhh, ssshhh.
También se detecta un abuso de los diminutivos que al lector exigente le lleva a infantilizar el texto, probablemente lejos de la intención que el autor ha querido conseguir cuando se utilizan de manera razonable, en el párrafo y palabra concreta que sirve para dar ese pellizco juguetón a la lectura sin restarle su esencia.
En cualquier caso el libro no está mal, en buena parte, como hemos dicho, gracias a la historia sobre la que se basa.
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Sir Charles Lomlarck: 7,75
Mesié de Condemore: 6,5
Duque de la Teruélida: 7
Lord Pascualín: 5,5
