En la eterna perfección en la que vivimos todos en este mundo hay mucha gente muy corrosiva, gente que cree que nunca ha roto un plato y que se cree con derecho a dar lecciones continuas y cuanto más cercanos sean al aleccionado mejor. Cuando me refiero a cuanto más cercanos me refiero a familia, la familia no se elige, la familia te toca y como te toca te toca también quererla hasta que incluso en ella vas haciendo tus propias distinciones. La familia no está excluida de los defectos del resto de la sociedad, pertenece a ella con lo que evidentemente también tiene los mismos fallos, lo que ocurre es que es mucho más difícil escapar de ella que de otro tipo de gente con la que tengas una menor relación. Pero volvamos al principio, al de las lecciones continuas y a la de la gente corrosiva y sobre todo a esa gente que no ha roto nunca un plato, volvamos a los pidecuentas.
Los pidecuentas existen en todas partes, son gente a la que una vez cometes el primer error que les afecte les tienes que rendir cuentas toda la vida, ya estás obligado siempre y si son familia mucho más todavía puesto que les tienes muy cerca y no puedes huir a no ser que cortes lazos. Los pidecuentas son normalmente gente que cree encontrarse en la perfección y en la posesión de la verdad absoluta y que además cree que se le deben rendir cuentas sobre tu propio comportamiento de una manera continua. Son quizás mucho más incisivos cuanto más errores hayan cometido ellos mismos a lo largo de su vida y cuantas más veces hayan tenido que obtener ayuda del ahora encausado.
Son corrosivos y dañinos y tras su muchos errores en la vida se creen haber encontrado una perfección tal que no es admisible discusión alguna. No se les puede juzgar, puesto que sólo juzgan ellos y no se les puede preguntar porque tú sólo eres persona válida para responder debido a aquel error que cometiste ya no se sabe el tiempo que hace. Pero tienen un gran defecto y ese grave defecto les hace tener muy poca memoria y muy mala visión de futuro, si tuvieran alguna. No tienen en cuenta que la vida es una montaña rusa en la que continuamente estás subiendo o estás bajando, no tienen en cuenta que lo que ahora parece olvido no es más que un desprecio absoluto y definitivo, no tienen en cuenta que las relaciones humanas se rigen por una frase fundamental: “arrieros somos y en el camino nos encontraremos”.
Habría que ver que pensarían del ajusticiado si en un futuro se encontraran en la misma situación. Pero lo peor de todo es que el ajusticiado acaba siendo el centro de todas sus conversaciones y de todas sus críticas porque seguramente no tengan nada mejor que hacer. Incluso la propia indiferencia del ajusticiado les irrita porque el fin último que buscan es que ese sentimiento de culpa no se acabe nunca. La indiferencia le pone enfermo porque lo único que busca es a alguien que pague por sus propias culpas.