Antonio María Navarro ejecutó obras en su beneficio, utilizando la mano de obra de penados en ellas, además de disfrutar de ciertos subsidios, sin duda, aprovechando su potente respaldo político
Rafael del CERRO MALAGÓN TOLEDO Actualizado:03/02/2020 14:30hAntes de que el Tajo enhebre su paso por el puente de Alcántara de Toledo, sus orillas discurren por una fértil vega. A la izquierda deja la Huerta del Rey, paraje de recreo en la época taifal (siglo XI) con el palacio de Galiana (rehecho en el XIII), rodeado de plantíos regados por las ruedas de los azudes. Menor extensión tiene la ribera derecha, acogedora de otras huellas singulares y más cercanas en el tiempo.
Es en esta última donde el Tajo comienza a enfilar, casi derecho, hacia las cepas rocosas de Alcántara y recibe al arroyo del Aserradero ligado al azar de las lluvias.
Aquí, según muestra un grabado de Ambrosio Brambilla (1585), se extraían del río troncos de árboles procedentes de las sierras conquenses para luego ser divididos y vendidos, según cita Hurtado de Toledo en 1576.
Tal laboreo alcanzó hasta el siglo XIX, pues en varias obras de Toledo (como la del Teatro de Rojas) se señala el uso de maderas conquenses o de Aranjuez para levantar entramados de especial solidez y tamaño.
Más abajo, el Tajo se enfrenta a una presa que ya se cita en el siglo XVI para alimentar los molinos del Cañal.
En la Vista de Toledo del Greco (1608-1614) y en la Panorámica dibujada por Arroyo Palomeque (ca. 1721) se percibe tal presa entre la orilla derecha del río y la gran isla de Antolínez que, en medio del cauce, creaba dos brazos de agua.
El de la izquierda, más caudaloso, bañaba la Huerta del Rey.
El derecho, de menor aforo y calado, casi rozaba la puerta Nueva y la muralla de la Antequeruela, para unirse con el brazo principal poco antes del puente de Alcántara.
La desecación de este cauce secundario debió verificarse antes de 1810, convirtiéndose el lecho en nuevas huertas que venían a coincidir con la actual Estación de Autobuses.
Pero volvamos a fijar la atención en la antigua presa del Cañal cuando ya discurría el siglo XIX.
En 1824, en la llamada Década Ominosa del reinado de Fernando VII, llegó a Toledo Antonio María Navarro y Jiménez nuevo intendente de policía que, entre 1825 y 1831, asumió además el cargo de corregidor.
Su lógica afinidad al gobierno absolutista desató en alguna ocasión el rechazo de sus enemigos políticos como acaeció, en mayo de 1828, al ver en su domicilio, en la plaza de las Tendillas un letrero insultante: Esta casa es de negros.
Recordemos que, desde 1823 la antigua Casa Profesa de los Jesuitas, ubicada entre la iglesia de esta Orden y la referida plaza, acogía las oficinas del Corregidor y la subdelegación de Policía.
El 7 de junio de 1832, allí fallecía Navarro. Felipe Sierra -un puntual testigo de esta época-, señala que la muerte «de este sujeto» fue muy sentida «pues era bondadoso, agradable y le adornaban todas las prendas que debe reunir una autoridad».
Sin embargo, como veremos, logró efectuar obras privadas sobre bienes públicos, utilizar la mano de obra de penados en ellas, además de disfrutar de ciertos subsidios, sin duda, aprovechando su potente respaldo político.
En 1825 repartía avisos en la ciudad invitando a contribuir para elevar aguas del río y regar algunos árboles cercanos a la «plazuela del Hospital de Afuera», la pelada planicie que, hasta 1868, no sería el paseo de Merchán.
Entre la puerta de Bisagra y Tavera se cavaron dos cauces y una cañería para el riego. Aunque, en julio de 1827, el agua llegaba a la fuente, tras la muerte del Corregidor y su complejo legado (público-privado), quedaría desecada para siempre. Tal elemento lo recoge el plano de F. Coello y M. Hijón (1858) y una foto estereoscópica del toledano Alfonso Begue (1834-1865).
Pero, además de estas obras, Navarro ya ejecutaba otras en su beneficio en la presa del Cañar y en terrenos de la ciudad: un palomar, una balsa para capturar peces, un cocedero de ladrillos en el Aserradero, una casa-huerta con vides y frutales, además de una galería subterránea para derivar las aguas del río hasta la Vega Baja, bajo las lomas arcillosos del camino de Madrid.
Esta última empresa la inició en junio de 1827, junto a la orilla, excavando una mina -recubierta de ladrillo- de un metro noventa centímetros de altura y la mitad de anchura. Se aprovechó un desnivel entre la entrada y la salida de ocho metros para que el agua corriese y regase 300 fanegas de tierra desde el Circo romano hasta San Pedro el Verde.
Para tales trabajos Navarro recurrió a penados recluidos en el presidio del exconvento de la Merced.
Entonces eran frecuentes las estancias de nutridas cuerdas de presos (con más de 100 condenados) que, en alguna ocasión, se confinaban en los sótanos del arruinado Alcázar.
En abril de 1828, se unía el ramal iniciado en la presa con la bocamina abierta «por detrás del cuartel de San Lázaro», aproximadamente al final de la actual avenida de la Plaza de Toros, junto al gimnasio que alzaría, en el siglo XX, la Escuela Central de Educación Física.
En abril de 1829, el Jueves Santo, hubo una gran crecida del Tajo que arrasó el Aserradero y los aledaños del Cañar arreglados por Navarro.
Ese mismo año, siguiendo las órdenes del Rey emitidas a los corregidores del valle del Tajo, expedía un decreto a los pueblos del partido de Toledo para que facilitasen los sondeos del río que efectuaba el arquitecto Agustín Marco Artu, entre Aranjuez y Lisboa.
Este técnico actuaba para ejecutar la concesión real, otorgada a Francisco Javier de Cabanes, a fin de explotar el transporte de mercancías en barcos de vapor, proyecto que nunca llegó a término.
Navarro contaba con 45 años cuando se produjo su muerte.
En 1833, su viuda, Maria Magdalena Escasuz, solicitó al Gobierno la posesión de todas las obras acometidas por su esposo, obligándose a concluirlas, pagar un censo al Ayuntamiento y restituir a la Hacienda pública y a la Sociedad Económica del País de Toledo ciertas compensaciones por los jornales de trabajo empleados. Como señala J. Porres en un completo estudio sobre este asunto (1996), los herederos de Navarro pretendían legalizar «actos evidentemente ilegales».
A pesar del rechazo del Ayuntamiento, una Real Orden de 1834, reconocía a favor de los herederos los bienes y terrenos desde la presa a la ermita de San Antón (24 fanegas), más las 300 de la Vega Baja con el débito de pagar varios censos anuales. La ciudad, con el visado de la Diputación, aceptó aquella situación que, en 1842, iba a cambiar de manos.
El nuevo propietario sería José Safont y Lluch que proseguiría la inacabada mina, generadora de más pleitos y secuelas de largo alcance.Rafael del Cerro Malagón, historiador y autor de la sección «Vivir Toledo»
Rafael del CERRO MALAGÓN TOLEDO https://www.abc.es/espana/castilla-la-mancha/toledo/abci-planes-corregidor-aguas-tajo-1825-1832-202002031407_noticia.html&version;
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