Hace unos meses conocía a un tipo que acababa de perder su trabajo.
Le ofrecí presentarle a varias empresas que contratan a gente como él.
Me dijo que no le hacía falta.
Por un segundo me alegré.
Luego me dijo que con los ¿400? (no recuerdo la cifra) euros que le daban de ayuda para el alquiler y sus padres estaba bien de momento.
Entre 35 y 40 años tenía el fulano.
Además le correspondía paro.
«Me corresponde» es una frase moderna. Piénsalo. De hace 60 o 70 años lo más.
En los 150 o 200 mil años de historia de la humanidad a nadie le ha correspondido nada.
Salvo hambre, frío, y enfermedad, quiero decir.
«Me corresponde la baja»
Efectivamente. Y despedirte del éxito profesional.
«Me corresponde el paro»
Un buen trabajo no, pero eso sí.
«Tengo derecho a una vivienda»
Por supuesto. Ahí tienes el mundo. Cómetelo, gánatela y nadie te la podrá arrebatar.
Es más.
No tienes por qué venderte, ni que levantar el teléfono, ni pasar vergüenza.
Ni que insistir. Ni que resultar pesado.
Ni que ofender. Ni hacer el ridículo. Ni meter la pata.
No tienes por qué hacer nada de eso.
Tienes derecho a no pasar malos ratos.
Y a que los demás te quieran por cómo eres.
Y a que los clientes te compren el producto por lo bueno que es.
Y a que otros te contraten por lo mucho que te esfuerzas, lo que te preocupas o lo que consideras que es un sueldo digno.
Y también a una vida de mirar ofertas y repartir la cuenta.
De comparaciones y envidias, colas y esperas, y calendarios de rebajas.
De amistades mediocres, fines de semana en instagram y síndrome del domingo por la tarde.
Porque los derechos, los méritos y las obligaciones siempre vienen en pack.
Todo depende de qué te apetece más. De qué derecho te gusta más. De qué crees que mereces.
Ten precaución.
No sea que acabes cambiando una vida de emociones y libertad por unos minutos de moderada comodidad al día.
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Marcando esto aceptas la política de privacidadLa entrada Los podemitas no creerán esta historia se publicó primero en mongemalo.