Revista Opinión

Los políticos, como los etarras, deben pedir perdón al pueblo español

Publicado el 05 diciembre 2013 por Franky
La furia ciudadana ante el mal gobierno y el rechazo a la clase política crecen en España a ritmo de vértigo. El último sondeo del CIS señala de nuevo a la corrupción de los políticos como el segundo gran problema de la nación, por delante, incluso, de la crisis económica. Pero los políticos, señalados con el dedo acusador de la ciudadanía, en lugar de pedir perdón, dimitir y abrir un periodo constituyente del que surja un sistema político regenerado y decente, se atrincheran en el poder y los privilegios, detrás de los escudos policiales, las balas de goma, los jueces y la legión de periodistas a su servicio, bien entrenados en la mentira. --- Los políticos, como los etarras, deben pedir perdón al pueblo español Lo que está ocurriendo en España y el grado de injusticia y deterioro alcanzados son para escandalizarse y reformar con urgencia el podrido sistema, pero los políticos ni se dan cuenta del drama. Los grandes medios nunca lo dirán pero si preguntas a los ciudadanos en una encuesta seria, quienes son sus grandes enemigos, salta la sorpresa de que ETA es la primera, pero después, a muy corta distancia, viene la clase política y en algunos ambientes mas informados y conscientes, los políticos son señalados como los primeros enemigos.

Ese dato, que es un hecho constatado por la demoscopia y no una opinión, conduce a una conclusión evidente: los políticos, al igual que los etarras, están obligados a pedir perdón al pueblo español por las mismas razones: por haber causado daños terribles, unos asesinando y otros destruyendo la nación, las esperanzas e ilusiones.

Los daños causados por la clase política en España representan una larga lista de estragos que va desde el hundimiento de los valores y del prestigio de la nación hasta el asesinato de la democracia, la corrupción generalizada, la creación de un estado de injusticia y el hundimiento de la prosperidad, pasando por el desempleo masivo, el avance de la pobreza, el abuso de poder, las estafas y engaños protagonizados desde el poder y el disfrute inmerecido de privilegios y ventajas.

Pero los políticos, arrogantes, altivos y alienados, antes que pedir perdón por sus ofensas, traiciones y daños, prefieren armar a la policía, domesticar a los jueces y comprar a los periodistas para atrincherarse con garantías de protección y mentiras en un poder que, sin duda es legal, pero que cada día es menos legítimo y mas indecente.

Las últimas suciedades de la casta han terminado por indignar al pueblo hasta extremos inéditos en toda Europa. Los políticos no se atreven a salir solos a la calle por miedo a los abucheos y pitadas. A Rubalcaba no le han dejado hablar en público en la universidad de Granada y hay miles de españoles que han jurado increparlos y despreciarlos públicamente si tienen la oportunidad. En varias ciudades españolas algunos restaurantes con políticos sentados a la mesa se han quedado vacíos porque los ciudadanos, en señal de protesta, abandonaron sus mesas.

Los políticos han incorporado a sus discursos un llamamiento para "acercar la política a los ciudadanos", pero siguen sin pedir perdón y violando una y otra vez la democracia y la decencia, como hicieron recientemente cuando se pusieron de acuerdo para nombrar jueces y magistrados en el CGPJ, el mas alto órgano de gobierno de la Justicia, una de las innumerables promesas incumplidas del Partido Popular, que ha llegado al poder subido al tren del fraude electoral.

Hay mil razones para que los políticos no sólo pidan perdón en España, sino para que dimitan y abran un periodo constituyente en el que los ciudadanos puedan instaurar una democracia decente que sustituya a la pocilga actual. La corrupción es la principal causa, pero la impunidad de la casta es otra, al igual que la estafa de las participaciones preferentes, el saqueo de las cajas de ahorros, los impuestos injustos, el mantenimiento de un Estado obeso y lleno de enchufados inútiles con carné de partido, la destrucción de gran parte del tejido productivo, la connivencia con los sindicatos corruptos, el robo del erario público y otras muchas maldades y ruindades.



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