Prométeme que sólo será utilizado de acuerdo a los nobles principios por los que ha sido creado. Que controlarás con precisión matemática su buen funcionamiento y el constante seguimiento frente a posibles desperfectos. Observarás y te ocuparás de su estricto mantenimiento. Asegúrame que mantendrás oculto su secreto. Que nadie nunca descubrirá su existencia. Tranquilízame, mostrando el mismo fervor que yo muestro, que te preocupan las mismas cosas que a mí, que velarás por lo que yo velo. Quiero sentir que vivirás pendiente de su magnánima obra de futuro, que sabrás tomar en tus manos semejante responsabilidad, que entiendes que un mínimo descuido puede convertir nuestro glorioso trabajo en un macabro y triste final, negándole su disfrute a la posteridad. Déjame tranquilo, seguro de que cuando el momento llegue sabrás encontrar al elegido, al único que pueda continuar la perfección de nuestro trabajo con los mismos fines. ¡Asegúrate! Y asegúrame que vivirás pendiente de ello cada instante de tu vida. Déjame ver en ti al ser irreemplazable, aquel que sabiéndose el más grande aceptará figurar en el anonimato de los más pequeños. Quiero ver en ti la estrella que todo lo iluminará antes de entregarte el mando. Quiero que mi confianza se vea convertida en certeza absoluta.
"Lo prometo", sólo dijo.
Pero con el tiempo un pequeño descuido llegó. Y el hombre fue creado.
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