El pensamiento débil, buenista y paternalista lamenta que los jóvenes españoles, especialmente los más preparados, deban emigrar a países más ricos, y tengan que abandonar su cómodo ecosistema social que sólo ofrece botellón y desempleo.
Políticos y medios informativos nos inducen a creer que esas migraciones son desastrosas, cuando, al contrario, son una fortuna.
Inconmensurable para quienes se van, para la sociedad que los acoge, y para España, a la que cuando vuelva a prosperar vendrán más experimentados y preparados para aplicar su experiencia.
Porque ahora no se van los españoles semianalfabetos de los 1950-1960, sino Jóvenes Emigrantes Sobradamente Preparados (JESP), de cuya huida deberíamos alegrarnos.
Según un estudio de la Federación Nacional de Asociaciones de Consultoría, desde 2008 han emigrado de España obligados por la crisis económica unos 300.000 JESP.
Pues, preguntémosles a los millares de científicos que volvieron a España desde mediados de 1990 hasta la crisis de 2008 si su emigración fue buena o mala.
Ese retorno a los centros de investigación humanística y científica propició que España, que no aparecía como generadora de importantes investigaciones, sea ahora un país puntero en las publicaciones.
El regreso de Mariano Barbacid y tantos otros en épocas de vacas gordas cambió la ciencia española, y ya no hay vuelta atrás aunque se reduzcan los medios para la investigación: los sistemas de trabajo importados diseñan el futuro.
Lo mismo ha ocurrido con otros profesionales: es legendaria la historia, por ejemplo, del fundador de El Corte Inglés.
Emigrar es duro, pero, como el entrenamiento para los atletas, puede y debe ser gratificador.
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SALAS