Pues hace ya cuatro semanas llegó a las pantallas inglesas la octava temporada de Doctor Who, que tenía el añadido de presentarnos al nuevo Doctor, a la duodécima encarnación del personaje, que viene de la mano de Peter Capaldi, un viejo conocido del mundillo del Doctor (además de un episodio de la era Tennant, tuvo un personaje muy importante en la tercera de Torchwood).
Y, la verdad, me alegro de haber esperado tanto para hablar sobre la octava temporada. Porque de cuatro episodios, los dos primeros me han dejado un poco fría, pero tanto el tercero como el cuarto me han gustado mucho.
Pero, bueno, vayamos por partes.
Lo primero sería hablar del nuevo Doctor, de Twelve. La verdad, si logré superar el cambio de Tennant a Smith, ya puedo con lo que sea y el cambio a Capaldi no me ha costado. Quizás era porque siempre me gustaron más los Pond que Eleven, pero no he echado de menos a éste y, de hecho, tampoco me costó despedirme de él. Eso también podía deberse a que Moffat nos dio un especial navideño bastante aburrido, únicamente salvado por la aparición de Amy para despedir a Eleven, demostrando que dicho Doctor siempre estará ligado a La chica que esperó y que fue ella quien le dio vida y corazón.
Capaldi como Twelve.
Porque Moffat sigue sin dar en la diana en lo que a corazón se refiere. Tiene muy buenos conceptos, es estupendo creando tensión y mal rollo, pero no logra emocionar, ni despertar la ternura que sí que conseguía Russell T. Davies. Se fueron los Pond y con ellos el aire de cuento, el romanticismo y la emotividad.
Sin embargo, Moffat sí que ha acertado con su nuevo Doctor. Twelve es muy distinto a sus cuatro predecesores: puro nervio, mala leche, irrespetuoso, impulsivo, desenfadado, aventurero... Y Peter Capaldi está maravilloso, siendo único desde el momento en que aparece en Deep breath.
El problema no fue él, sino las historias que presentaron o, mejor dicho, los episodios que, pese a basarse en un concepto original y ambicioso, se quedaron en nada.
La transición de Eleven a Twelve en Deep breath fue demasiado parecida a la que ya hubo entre Nine y Ten en The Christmas invasion, ya que en ambos casos había un Doctor recién regenerado y con ciertos problemas y una companion que había visto dicha regeneración y no reconocía a su Doctor en el nuevo y que contaba con la ayuda de los secundarios habituales de turno. Hasta los malos de ambos episodios eran robots, distintos tipos, pero robots al fin y al cabo. Por eso, no pude evitar compararlos y Deep breath no terminó de convencerme del todo, por mucho que el nuevo Doctor sí que lo hiciera.
Además, Clara no es Rose Tyler. El problema de Clara es que, aunque Jenna Coleman es adorable y se esfuerza, era un misterio más que un personaje. De hecho, está siendo en esta octava temporada cuando la están desarrollando, que ya era hora. Es curioso como Martha y Donna, cada una habiendo estado únicamente una temporada, sí que tenían personalidades desarrolladas y un transfondo, mientras que la pobre Clara no ha recibido la atención necesaria hasta ahora.
Y, oye, me está gustando el que le hayan traído un novio, el que, aunque esté ahí para el Doctor, también le dé importancia a su vida normal. De hecho, me gusta mucho como han cambiado su dinámica con el Doctor, como se han olvidado de ese flirteo al que la tenían tan limitada (y que no era demasiado original, pues salvo Donna todas han flirteado con él) para ser alguien que cuida del Doctor, que le tiene aprecio, pero que también es capaz de salvarle o plantarse ante él, sobre todo con ese Twelve que es tan irreverente y que siempre se está metiendo con ella, casi como si fuera un niño pequeño.
Además, esa cita en Listen, el último episodio hasta ahora, estuvo muy, muy bien y yo ya estoy deseando que Danny sepa lo del Doctor, para ver cómo reacciona.
De hecho, ha sido Listen el mejor episodio de todos cuantos han emitido de esta temporada. El segundo, Into the Dalek, pese a lo curioso del argumento, tampoco terminó de arrancar. El tercero, Robot of Sherwood, sí que lo hizo, al menos a mí me gustó muchísimo. No sé si se debió a que me encantan los episodios del pasado, a que salía Robin Hood o a que el Doctor estuvo muy, muy divertido al relacionarse con éste, pero el episodio se me pasó volando.
Listen también fue muy entretenido, pero además fue casi perfecto, ya que supieron aunar varios aspectos que hacen de Doctor Who lo que es: la premisa era inquietante (no sé qué daba más mal rollo: la cancioncilla, las manos debajo de la cama o ese bulto en la cama del niño que no llega a salir de debajo de la manta), fue romántico (la cita estuvo muy bien, pero sobre todo por lo que el viaje del futuro supuso para Clara) y también fue muy tierno: Clara con el niño, la escena del granero...
Doctor Who siempre ha sido una serie un tanto irregular, es lo que tiene que cada episodio sea completamente distinto y que esté en constante cambio: algunas cosas funcionan, otras no. Sin embargo, sí que llevo notando desde la sexta temporada que las temporadas de Moffat, en general, se pierden en tramas a largo plazo complicadísimas que, aunque acaban teniendo más o menos sentido (dentro de lo que cabe, es lo que tienen los viajes en el tiempo), acaban por restarle ese factor emotividad que sí que tenían las primeras, pese a no ser tan ambiciosas, y también los Pond.
En esta temporada no tenemos la muerte del Doctor rondando, ni el misterio de La chica imposible, pero sí que tenemos a una extraña mujer que dice estar en el cielo y que recibe a aquellos personajes que mueren durante los episodios. De momento, no le han dado importancia, lo que me alegro, porque prefiero que exploren al nuevo Doctor, a Clara y la relación de ésta tanto con Twelve como con ese soldado un tanto peculiar que le han puesto, Danny Pink.
Espero que el resto de la temporada siga la estela de Robot of Sherwood y Listen. De momento, el quinto episodio pinta muy chulo con robo de banco incluido, que a mí esas cosas me molan mucho. A ver qué les depara Moffat a Twelve, Clara y Danny.