En 1984, el entonces coqueto cine Coliseum, en el corazón del Barrio del Carmen de Murcia, acogió el estreno local de la película La muerte de Mikel. Hasta allí se desplazaron su director, Imanol Uribe, y su actor protagonista, Imanol Arias. A esa presentación acudí yo aquella tarde con el propósito de cubrir el evento para la emisora en la que entonces trabajaba, Radiocadena Española.
Recuerdo que hubo una rueda de prensa improvisada en el propio patio de butacas en la que los dos cineastas nos ofrecieron detalles de su trabajo. Tras ella, antes de la proyección, Imanol Arias y yo optamos por subir a la parte superior de la sala, para contemplar la película desde allí, no sin antes pasar por la puerta principal en la que un grupo de chavalas le gritaban enloquecidas demandando un autógrafo. Imanol tenía 28 años y era un tipo bien parecido, de tez y pelo morenos, alto y delgado, por lo que era reclamado con insistencia por las fans que se agolpaban a la entrada, mientras el portero intentaba contenerlas. Esto debe de ser la fama, pensé para mí.
Desde aquel día conservaba un grato recuerdo de este actor nacido en la localidad leonesa de Riaño. He seguido sus trabajos posteriores, en cine y televisión, y he disfrutado bastante con su papel de Antonio Alcántara en Cuéntame cómo pasó, en el que he visto reflejados a seres entrañables de mi propia familia.
Como en una prolongación de ese personaje y en su afán de emprendedor vitivinícola, a mediados de la pasada década, Imanol Arias se vinculó comercialmente a la Región de Murcia con el vino Bruto Monastrell, un proyecto enológico con el que el actor, Bodegas Juan Gil y el creativo Jorge Martínez se unían «para celebrar la amistad y rendir homenaje a la uva Monastrell». En 2016, pregonó la fiesta de la Vendimia en Jumilla y era habitual verlo por esta comunidad con cierta frecuencia.
Arias se curtió mediados los ochenta en TVE con series como Anillos de oro o Brigada Central, cosechando en ambas un enorme éxito de audiencia cuando la tele pública era única y las privadas estaban aún por desarrollarse. Imanol ha trabajado mucho en esta casa, que también es la mía, dando vida a Severo Ochoa o a Vicente Ferrer, por ejemplo. Y desde sus inicios, allá por 1979, en el mítico Estudio 1, en el que llegó a debutar, o en las series Cervantes (1981) haciendo el papel del cardenal Aquaviva, y Juanita, la Larga (1982), en el rol secundario de Antoñuelo.
De manera que resulta incuestionable que Imanol Arias ha sido un hombre íntimamente ligado en su carrera de actor a la televisión pública de este país. Es por eso por lo que sus declaraciones de hace unos días contra ella sonaron como un tremendo cañonazo en mis oídos. Con la intención de no dejar títere con cabeza, Arias arremetió contra todo y contra todos. Contra los directivos, los consejeros y hasta contra los, según él, 9.000 trabajadores de RTVE “que no hacen nada”. No hacemos nada, me incluyo. Dijo, además, que para él era inaceptable estar en esta cadena y que esperaba no volver en mucho tiempo a nada público en este país.
La productora de Cuéntame, Ganga Producciones, nada más saltar las invectivas de Imanol Arias a medios y redes sociales, emitió “abochornada” un comunicado desmarcándose de lo dicho por el actor-protagonista de la serie. Y el propio Imanol, horas después, a través de su cuenta en Instagram, hizo lo propio ante el revuelo levantado por sus palabras. “Me pasé tres pueblos, se me fue la olla sinceramente y nada de lo que dije me representa totalmente”, escribió con una cierta aflicción. Al tiempo, argumentó que todo se debió a su estado de ánimo, por conceder la entrevista a Tele Bilbao nada más salir del teatro, luego de representar la obra Muerte de un viajante, con la que está de gira.
Sorprende que alguien que ha percibido una media de 47.000 euros por capítulo en esta serie y durante las últimas temporadas, despotrique de esa forma contra la empresa que le ha dado de comer en todos estos años. Y que no guarde cierta discreción a la hora de ponerse en primer plano de la polémica, máxime cuando se halla inmerso en un proceso judicial por presuntos delitos fiscales (caso Nummaria), en una trama diseñada en torno a un despacho de abogados para, supuestamente, ocultar las operaciones económicas de sus clientes a Hacienda y que todavía está pendiente en los tribunales.
A Imanol Arias le ha debido pesar la tesis que siempre mantuvo el autor de la obra que ahora anda representando por los escenarios de media España. Me refiero a Arthur Miller y a aquello que dejó dicho sobre el carácter de una persona: que lo determinan los problemas que no puede eludir y el remordimiento que le provocan los que ha eludido. Debe de ser eso, supongo.