En el otoño de 1955, unos meses después del estreno de "Shin heike monogatari", la segunda película filmada en color por Mizoguchi Kenji, aparece una nueva variación, que no secuela, sobre otra parte del mismo texto que había servido de base a esa penúltima cinta del maestro, la conocida obra por entonces "en curso" del escritor Yoshikawa Eiji, que rondaba y recuperaba uno de los más célebres cantares tradicionales de su país, fechado en el siglo doce.
El film en cuestión, "Shin heike monogatari: Yoshinaka o meguru sannin no onna", muy opacado desde entonces, se revela como una de las grandes obras de Kinugasa Teinosuke, uno de tantos cineastas japoneses mal conocidos en Occidente; tan mal que es incluso célebre, pero por películas que quizá ni lo representen ni estén para nada entre lo mejor que hizo - me refiero a "Kurutta ippêji" de 1926 y "Jigokumon" de 1953 -, alzadas únicamente en función de la estela crítica dejada cuando fueron, respectivamente, un hito resucitado de la vanguardia silente (de la que, si existió, él nunca formó parte) y una de las más comentadas "perlas de festival". Cuesta creer que alguien pueda darse por satisfecho con ese exiguo botín sabiendo que la obra de un director rebasa ampliamente el centenar de títulos, pero no hay más películas de Kinugasa en casi ninguna parte.
No sé si responde al hecho de que "Shin heike monogatari: Yoshinaka o meguru sannin no onna", como otras suyas, fue una película costosa y popular en Japón o debemos culpar al repetido - y no investigado a fondo por nadie - tópico acerca de la mansedumbre de Kinugasa respecto a las órdenes de los jefes de la Daiei (cuestionable, como poco, en un veterano del cine mudo sobrado de crédito comercial y co-firmante de los guiones de sus films), pero lo cierto es que ambos ingredientes se unen a la dificultad para acceder a su obra y ni aún así debieran distraer de la posibilidad de que nos encontremos ante otro más de los grandes directores nipones, desatendidos y disminuidos hasta por sus propios compatriotas. La hondura, la intensidad y el despliegue de puesta en escena simultánea de varias capas melodramáticas contenidas en esta gran epopeya trágica, multiplica al menos por dos lo que ya Kinugasa había mostrado en alguna de las pocas pistas disponibles que pueden atestiguar una evolución, como "Kawanakajima kassen" del 41, laberíntica película llena de sombras, de amenazantes señales de enemigos, asombrosamente cristalizada y refinada en "Shin heike..." para, por ejemplo, alumbrar alguna, y una en particular, de las escenas de batalla más impresionantes que haya dado el cine.Es interesante que no tratándose de un film abstracto, no es precisamente sencillo de seguir porque no se recrea apenas en los escasos entreactos líricos que la recorren.
Las tres mujeres a las que alude el título, las tres "en torno" al protagonista, puntúan, desvían a veces o reconducen otras la intrincada e imparable estructura de la película, pero no la reducen a una vistosa gran excusa. Así sucede en todo film que no se aprovecha de sucesos asentados como históricos para distorsionarlos cuanto sea necesario y centrarse en otros inverosímiles superpuestos y también en los films que no retuercen cualquier hecho hasta que quede actualizado.
Un público al que se puede ofrecer esta densa historia sin ninguna clase de sensacionalismo (el mismo que disfrutó de las grandes obras de Preminger, Mankiewicz, Mann, Kazan o de Santis) es cuanto necesita "Shin heike monogatari: Yoshinaka o meguru sannin no onna" y una vez lo tuvo.
En este mundo de tradiciones y traiciones, de servidumbres irrevocables y cruentas luchas en la sombra por el poder, no cabe otra cosa que filmar a personajes tratando de no ahogarse en un mar revuelto, sin calma ni futuro por delante, vivos, si tienen suerte, hasta el plano siguiente y esto Kinugasa lo mantiene admirablemente durante ciento veinte minutos. No parece que pudiera existir no ya un mejor, ni siquiera otro cine cuando se despliega ante nuestros ojos semejante poderío visual.Mucho menos de lo previsible debe tal efecto al uso del color, al que ya parece que permanecerá unido para siempre el nombre de Kinugasa. El fabuloso Eastmancolor de "Jigokumon", que hasta del mismísimo Dreyer cosechó elogios, reduce considerablemente su espectro en "Shin heike monogatari: Yoshinaka o meguru sannin no onna" y en todo caso requeriría de un estudio detallado, comparativo y contrario - siempre lo es, por muy interesantes que sean los resultados - a la inmediatez de lo que las imágenes comunican. Para aprehender la capacidad del film para penetrar en los sentidos, me parece más útil fijarse en la adecuación de la banda sonora, que encuentro ejemplar, pues anuncia y acompaña discreta, sutilmente, los momentos de zozobra y de momentánea alegría, sin copar un protagonismo épico que parecía inevitable. O el encuadre en exteriores, siguiendo los mismos patrones geométricos y "planos" de los suntuosos interiores. La profundidad de campo puede ser también un recurso que realce la belleza de lo que se sitúa más cerca del objetivo, sin que prime el efecto espectacular del recurso.Y desde luego hay que hablar de sus mujeres. Yamabuki (Yamamoto Fujiko), asilvestrada y fiel más allá de lo que ningún soldado sería, Tomoe (Kyô Machiko), fría y secretamente vulnerable, equidistante pero solo en presencia de otros y Fuyuhime (Takamine Hideko), carnal y "resignada" a ser libre de las retóricas de palacio, a punto de cambiar in extremis el rumbo del film; con las tres concede Kinugasa esa posibilidad que ni las intrigas ni las emboscadas, los ejércitos abanderados o la política pueden dar, la de asentarse en otra parte, lejos, muy lejos, cuanto más lejos mejor de las vanidades del mundo.