Revista Comunicación

Los pueblos arden mal

Publicado el 07 octubre 2011 por Jackdaniels

Tenía tan sólo dieciocho añitos cuando el dictador la espichó. Mi madre siempre se quejaba de andar tras de mí por donde las manifestaciones, suplicando a los grises que la dejaran pasar, que su niño estaba entre el tumulto esquivando las pelotas de goma –que no sé por qué las llaman de goma, porque duelen un huevo-.

Con esa edad no es que uno tuviera una visión completa del mundo, pero ya tenía bien claro cómo no me gustaría que el mundo fuera: como el que me había tocado vivir hasta entonces, el que exterminó primero a la generación de mi abuelo y fosilizó fosilizado después a la de mi padre.

Viví la transición a la democracia con esperanza, insuflado por las ansias de libertad de un pueblo que había sentido durante demasiados años la suela de la bota del dictador sobre el cogote. El voto es una fiesta, nos decían, la máxima expresión de la libertad y la ciudadanía.

Pero yo veía que, a medida que pasaban las décadas, los partidos que se habían significado en la lucha por la libertad, y los ciudadanos con ellos, se iban dejando jirones importantes, trozos de sueños, a cambio de verse integrados en el sistema floreciente. La democracia engullía a las ideas y a las personas hasta hacerlas irreconocibles.

Aquella sociedad justa que soñamos un día se ha quedado con el paso de los años y de la inopia en un sistema anodino que ignora a sus más firmes sustentadores en beneficio de una élite privilegiada, cuya única misión se reduce a perpetuarlo, a prometer sin cesar una serie de cambios imposibles que logran hacer el truco de magia de que nada cambie y parezca todo lo contrario. No veo yo tantas diferencias entre la élite que nos gobernaba con Franco y la que lo hace ahora. Quizá que aquella no aparentaba tener tanta discreción o disimulo.

La desfachatez ha llegado a tal punto que incluso nos han impuesto el olvido, mientras las cunetas y caminos de este país están todavía repletas de muertos esperando una pala que los saque y los dignifique. No sé cómo no se nos cae la cara de vegüenza ante sus miradas de ultratumba.

Y en el fondo, cuando te pones a pensarlo detenidamente, después de tantos años y tantas luchas a cuesta, nada ha cambiado tan radicalmente como para que nos haga albergar un hálito de esperanza. Los ladrones de guante blanco continúan haciendo de las suyas a costa de los demás, mientras a quienes protestan los siguen enviando a galeras. Los que dirigen los designios del país persisten en imponer las decisiones de arriba abajo, pasándose al pueblo y sus opiniones por el forro de los caprichos. Los que más tienen siguen siendo los mismos, y los que menos o nada, también.

La única diferencia palpable hasta ahora es el color de los uniformes y la modernidad del corte de los trajes. Nada más. Y la vida, que continúa siendo igual de bella.

Parafraseando a Manuel Rivas, los pueblos arden mal, pero éste parece que se consumió en el último incendio.


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