Revista Cine
Independientemente de la colección de nominaciones y premios conseguidos, Meryl Streep es grande. Con su reciente Oscar bajo el brazo, la actriz se ha forjado una carrera enorme en la que los vario pintos personajes a los que ha encarnado forman un compendio de sabias elecciones. Camaleónica como pocas, ha brindado interpretaciones que para cualquier cinéfilo y no tan cinéfilo son inolvidables.
Repasando la encuesta que dedicamos a sus mejores trabajos, la lista la encabeza el clásico de Eastwood, Los puentes de Madison. Cinta que le valió una nominación a Streep en un año en el que la competencia era muy alta siendo finalmente una sufriente Susan Sarandon quien se alzara con la estatuilla. Sin embargo, el papel que el viejo de Clint entregó a la actriz aún resuena en nuestra mente. Un ama de casa que renunció a su vida por la de los suyos viviendo aparentemente tranquila en el condado de Madison ve como dicha estabilidad se tambalea con la llegada de un fotógrafo del que se enamora perdidamente. Una interpretación contenida, llena de matices sobre la que cualquier persona puede sentirse identificada. Un laureado primer puesto.
La medalla de plata recae en otro de esos papeles donde nos dejó con la boca abierta. Daldry, un gran director de actores, pensó en Streep como parte del trío protagonista de Las Horas y bendito el momento. Enamorada de su amigo enfermo de Sida, atrapada en su propia existencia. La actriz entrega aquí un trabajo lleno de lucidez. La escena del derrumbe en la cocina es su clímax.
Y como no hay dos sin tres, hemos de retroceder en el tiempo y viajar hasta uno de sus primeros papeles. En La decisión de Sophie interpreta a una emigrante polaca con grandes secretos y mirada triste. Impecable, impactante, desgarrador trabajo el que entrega una joven Streep que se vería recompensado con su segundo Oscar.
Actriz todoterreno que no le teme a ningún papel. Por muy complicado que pueda ser en sus manos se convierte en reto y siempre termina superándolo. Transita de la comedia más chispeante (El diablo viste de Prada, La muerte os sienta tan bien, No es tan fácil) hasta el clásico por antonomasia (Memorias de África) sufriendo en intensos dramas (Un grito en la oscuridad, La duda) o siendo coreografiada en tierras griegas (Mamma Mía). Da igual que kilos de maquillaje opaquen sus rasgos (La dama de Hierro) porque su talento es imposible de hacerlo.