Concluimos aquí con la descripción de la más dura de las vertientes que tiene el Collado de la Sía ascendiendo desde Cantabria hasta la Meseta. Otro día os hablaremos de otra vertiente, espectacular pero mucho menos conocida, y de la poco interesante cara sur de este coloso. Pero ahora nos habíamos quedado justamente al pie del comienzo de la subida tras subir el Asón y bajar el kilómetro que separa una cima del comienzo de la otra.
La subida a La Sía puede parecer algo extraña, porque hasta poco más de un kilómetro no presenta una tipología típica de puerto de montaña, con curvas y contracurvas. Aquí, por el contrario, se va remontando un valle de forma bastante rectilínea, lo que nos permite tener siempre unas vistas preciosas sobre lo que vamos dejando atrás. Pero eso no significa que no estemos ante un gran puerto…al contrario, nos vamos a encontrar con una subida constante y muy dura, aun más por esa sensación que antes comentábamos y que nos hace sentir como si, en realidad, no estuviéramos en mitad de una gran subida.
Cuidado con el frío…
Los dos primeros kilómetros son realmente duros, superando ampliamente el siete por ciento de media y don tres rampones por encima del once por ciento (según datos recogidos del blog [email protected]) que nos harán las cosas realmente difíciles. Después seguimos con el ascenso de forma muy continua, siempre el torno al seis o siete por ciento, muy sostenido y sin grandes rampas ni cambios de pendiente. Eso llegará cuando sólo resten dos kilómetros para el final, donde el panorama cambia por completo.
aunque te deja estampas preciosas
Lo primero que vamos a tener es un tramo de falso llano de casi medio kilómetro, donde podremos relajar un poco las piernas. Aunque tampoco mucho, ya que en realidad siempre vamos a seguir ascendiendo, aun con una pendiente ligeramente menor. Pero después nos encontramos con el imponente muro final de La Sía, más de 1500 metros por encima del ocho por ciento de media que incluyen una durísima curva de herradura a derechas donde tendremos que dar lo mejor de nosotros mismos para poder llegar arriba. Y para darnos la puntilla los últimos doscientos metros de este puerto esconden una maléfica rampa al trece por ciento que nos hará retorcernos sobre nuestra bicicleta, culebreando mientras nos acordamos de la familia de aquel maldito ingeniero al que se le ocurrió poner ese rampón justamente en el mismo final de un puerto de más de veinte kilómetros de longitud. Algo que, por cierto, es bastante común, ya que estos rampones finales también aparecen en colosos míticos del Tour de Francia, como el Tourmalet por ambas vertientes, el Peyresourde o el durísimo kilómetro final del Galibier. Así que, seguramente, alguna explicación tendrás.
Y ahora sí…bájate de la bici y disfruta del panorama que se abre a tus pies…y si quieres más tan sólo te resta bajar hasta Espinosa de los Monteros y comenzar desde allí cualquier otro de los preciosos ascensos de la zona.